jueves, 26 de julio de 2012

La búsqueda fallida del búho real

XIX/VI/MMXII. Son las seis de la mañana y salto de la cama justo cuando empieza a sonar la alarma del móvil. Un desayuno rápido y me echo al monte. Se nota que el día anterior ha estado lloviendo, hay charcos en todos los rincones de Chinchilla y la humedad lo envuelve todo. Todavía no ha salido el sol, pero una luz grisácea, mortecina, como de día de playa pasado por agua, lo envuelve todo. Una vergonzosa golondrina canta en un cable de mi calle.
    Mi objetivo es encontrar un búho real (Bubo bubo) que acude a reposar en ocasiones a un alto pino de tronco retorcido de algún lugar de la Sierra de Chinchilla. Descubrí que aquel era su posadero gracias a unos amigos que vinieron de visita y vieron en aquella zona algunas egagrópilas grandes y pálidas amontonadas. Mi idea inicial era deleitarme con la simple visión del Gran Duque, pero conforme me acerco por el sendero al lugar en cuestión, decenas de preguntas empiezan a formarse en mi cerebro. ¿Qué comerá? ¿Adónde irá por la noche? ¿Será una hembra, un macho, un individuo joven? ¿Qué edad tendrá? ¿Qué cosas habrá visto? ¿Qué animales serán aquí parte de su dieta?
    El pinar, henchido de alegría por la lluvia del día anterior, observa con ojos llorosos el cielo gris que amenaza tormenta, porque, por si no lo sabéis, esta es la mañana del día en que cayó una tormenta de dimensiones épicas en la ciudad de Albacete, a menos de 15 km de donde se desarrolla este paseo. Hace un frío de tormenta algo molesto y me arrepiento de no haber cogido más abrigo. Según mi móvil, la temperatura en Albacete no llega a los 13ºC. Y yo estoy a una altitud de casi 950 metros (Albacete está a 600).
    Los madrugadores pájaros del bosque me reciben con sus tenues cantos, parece como si quisieran elevar su canto a los cielos, pidiendo lluvia, porque como todo el mundo sabe, una lluvia a tiempo siempre es buena para el bosque mediterráneo. El agateador (Certhia brachydactyla), para variar, no cesa de emitir su agudo y repetitivo canto. Los pinzones vulgares (Fringilla coelebs), dueños del lugar, acompañados los machos por sus discretas hembras, aparecen y desaparecen, desvaneciéndose su canto tras las copas de los pinos carrascos. El campo rezuma vida y olores variados que me invitan a seguir en busca del Gran Duque.
    Para llegar al pino donde, supongo, está el Búho, mi camino debe atravesar un espartal con especies florísticas interesantes, y después un pequeñísimo campo de alto cereal, justo al lado del pino del Gran Duque. A un lado, hacia el Sur, termina el espartal y queda el pinar de nuevo; detrás de mí, el espartal, y más atrás el pinar nuevamente. A mi izquierda, el páramo se extiende hasta donde alcanza la vista (se divisan algunas reforestaciones, ¡variadas, menos mal!) hacia el Noreste. Casi todo son colinas bajas cubiertas de espartos (Stipa tenacissima), tomillos (Thymus), genistas, candileras (Phlomis lychnitis) y algunas matas secas de Asphodelus.
    Miro el reloj, las siete y cuarto de la mañana. He tardado casi una hora en llegar (y eso que he intentado detenerme lo más mínimo, pero ya se sabe, aparece una planta interesante, un insecto que corre a esconderse y vas a ver qué es, que si qué canto ha sido ese, que si he oído un aleteo...). Me dispongo a atravesar con cuidado el campo de cereal cuando me doy cuenta, con cierta sorpresa, de que una avispa negra, larguirucha y reluciente, está enganchada con sus mandíbulas a una espiga. Detrás de ella, dos ejemplares más hacen lo mismo. Vale. Genial. A pesar de la cara de pocos amigos de los guardianes del bancal, lo atravieso con cuidado, sin perder de vista el pino que empieza a parecerme algo siniestro.

Pardillo común (Carduelis cannabina)
    El cielo grisáceo parece no poder contener la lluvia en el horizonte, que cada vez está más oscuro, y el aire empuja las espigas de los espartos con una fuerza tremenda. Incluso los pardillos comunes no pueden casi sujetarse a ellas con sus delgadas patas. Observo un grupo pequeño de estos fringílidos que se entremezcla con otro grupo de jilgueros, un macho de pardillo extrae semillas de una espiga de esparto no sin cierto esfuerzo, mientras el viento lo bambolea de un lado hacia otro.



    Cada vez estoy más cerca del pino y de él no sale volando ningún búho, como ocurrió la primera vez que lo vi (claro que yo no sabía que el búho estaría, si bien conocía su presencia debido a las egagrópilas que había a los pies del árbol que ya he comentado antes). Miro desde los pies del pino y en los altos ramajes del árbol no encuentro ningún estrígido alojado. Pena. De todas maneras, si el animal hubiera estado, ¿habría salido volando? En mi mente sonó un SÍ rotundo, con lo cual me sentí algo culpable en caso de que hubiera estado y hubiera salido volando hacia el infinito, molestado por mi presencia, y encima con la lluvia tremenda que se avecinaba.
    Miro el reloj y ya son casi las ocho de la mañana. Decido esperar sentado en el suelo, bajo la espesura, mirando con atención el pino y el campo abierto que se extiende ante él. Tal vez el Búho venga al rato, pienso. Pasan los minutos. De repente, se oye sobre mí el zumbido de veintiún pares de alas agitándose, y por entre las copas de los pinos diviso una bandada de gaviotas reidoras (Chroicocephalus ridibundus). ¿En medio de la estepa albaceteña? Sí, hijo, sí. Y no es la primera vez que veo bandos así, incluso ejemplares solitarios. El suceso tiene su explicación. En esta zona de La Mancha hay muchas lagunas (la mayor y más conocida, la laguna salada de Pétrola, a pesar de encontrarse a varios kilómetros de aquí) y las gaviotas, claro está, van de una a otra, con lo cual pasan por planicies y bosques; nada fuera de lo común, a pesar de lo que mucha gente pueda pensar, ya que algunas especies de gaviota visitan también aguas interiores, como es el caso.
Gaviotas reidoras (Chroicocephalus ridibundus)

    Un conejo pasea con sus típicos andares a unos veinte metros detrás de mí y dos torcaces luchan armando un escándalo tremendo. Empiezo a aburrirme, sobre todo porque no se oye casi ningún canto de pájaro (totovías y pinzones) así que, mientras “viene” el Búho, decido ir a explorar. Primero, salgo del pinar, atravieso otro bancal mayor que el de las avispas y me dirijo hacia unas encinas solitarias. Un enorme bando de estorninos monea por allí y una pareja de gangas (Pterocles alchata) sobrevuela el lugar, emitiendo el macho su característico grito (que me recuerda al de un cuervo afónico). Hasta este año nunca había visto tantas gangas; de hecho, en lo que llevamos he visto dos bandadas, esta pareja que ahora pasa, y he oído su gritito en otras llanuras de al rededor de Chinchilla.
Ganga ibérica (Pterocles alchata)
La ganga, la reina de las estepas manchegas (la emperatriz sigue siendo la avutarda). Otras aves que me encuentro son algunos abejarucos (Merops apiaster) que permanecen sentados sobre rocas sin inmutarse del griterío de los estorninos. Se oyen a lo lejos también terreras y las totovías (Lullula arborea) no se alejan del borde del bosque. Jilgueros, pinzones, aláudidos y pardillos parlotean y revolotean por la zona. Nunca había visto tantas especies de fringílidos seguidas. A pesar del viento, las aves cantan, lo cual sirve de ayuda, pues sin verlos ya sé que están.


    Vuelvo al pino y el búho no ha llegado. En el suelo, un montón de enormes egagrópilas grisáceas se acumula. Se me ocurre que puedo recolectarlas para analizar el contenido y así conocer la alimentación de mi perseguido Gran Duque. Empieza a chispear, así que decido irme a casa, no sin antes detenerme en la observación de una araña lobo (Hogna radiata).

    El rey de la noche, el señor de la oscuridad de los bosques ibéricos, no se ha presentado a la cita. Hoy no ha habido suerte, pero guardo en mi mochila un puñado de egagrópilas que me ayudarán a saber qué mamíferos (y adelanto, insectos, pues he visto en una de ellas una pata de saltamontes) forman parte de la dieta de este tímido individuo de Gran Duque.  

sábado, 7 de julio de 2012