XIX/VI/MMXII. Son las seis de la mañana
y salto de la cama justo cuando empieza a sonar la alarma del móvil.
Un desayuno rápido y me echo al monte. Se nota que el día anterior
ha estado lloviendo, hay charcos en todos los rincones de Chinchilla
y la humedad lo envuelve todo. Todavía no ha salido el sol, pero una
luz grisácea, mortecina, como de día de playa pasado por agua, lo
envuelve todo. Una vergonzosa golondrina canta en un cable de mi
calle.
Cada vez estoy más cerca del pino y de él no sale volando ningún búho, como ocurrió la primera vez que lo vi (claro que yo no sabía que el búho estaría, si bien conocía su presencia debido a las egagrópilas que había a los pies del árbol que ya he comentado antes). Miro desde los pies del pino y en los altos ramajes del árbol no encuentro ningún estrígido alojado. Pena. De todas maneras, si el animal hubiera estado, ¿habría salido volando? En mi mente sonó un SÍ rotundo, con lo cual me sentí algo culpable en caso de que hubiera estado y hubiera salido volando hacia el infinito, molestado por mi presencia, y encima con la lluvia tremenda que se avecinaba.
Mi objetivo es encontrar un búho real
(Bubo bubo) que acude a reposar en ocasiones a un alto pino de
tronco retorcido de algún lugar de la Sierra de
Chinchilla. Descubrí que aquel era su posadero gracias a unos amigos
que vinieron de visita y vieron en aquella zona algunas egagrópilas
grandes y pálidas amontonadas. Mi idea inicial era deleitarme con la
simple visión del Gran Duque, pero conforme me acerco por el sendero
al lugar en cuestión, decenas de preguntas empiezan a formarse en mi
cerebro. ¿Qué comerá? ¿Adónde irá por la noche? ¿Será una
hembra, un macho, un individuo joven? ¿Qué edad tendrá? ¿Qué
cosas habrá visto? ¿Qué animales serán aquí parte de su dieta?
El pinar, henchido de alegría por la
lluvia del día anterior, observa con ojos llorosos el cielo gris que
amenaza tormenta, porque, por si no lo sabéis, esta es la mañana
del día en que cayó una tormenta de dimensiones épicas en la
ciudad de Albacete, a menos de 15 km de donde se desarrolla este
paseo. Hace un frío de tormenta algo molesto y me arrepiento de no
haber cogido más abrigo. Según mi móvil, la temperatura en
Albacete no llega a los 13ºC. Y yo estoy a una altitud de casi 950
metros (Albacete está a 600).
Los madrugadores pájaros del bosque
me reciben con sus tenues cantos, parece como si quisieran elevar su
canto a los cielos, pidiendo lluvia, porque como todo el mundo sabe,
una lluvia a tiempo siempre es buena para el bosque mediterráneo. El
agateador (Certhia brachydactyla), para variar, no cesa de
emitir su agudo y repetitivo canto. Los pinzones vulgares (Fringilla
coelebs), dueños del lugar, acompañados los machos por sus
discretas hembras, aparecen y desaparecen, desvaneciéndose su canto
tras las copas de los pinos carrascos. El campo rezuma vida y olores
variados que me invitan a seguir en busca del Gran Duque.
Para llegar al pino donde, supongo,
está el Búho, mi camino debe atravesar un espartal con especies
florísticas interesantes, y después un pequeñísimo campo de alto
cereal, justo al lado del pino del Gran Duque. A un lado, hacia el
Sur, termina el espartal y queda el pinar de nuevo; detrás de mí, el espartal, y más
atrás el pinar nuevamente. A mi izquierda, el páramo se extiende
hasta donde alcanza la vista (se divisan algunas reforestaciones,
¡variadas, menos mal!) hacia el Noreste. Casi todo son colinas bajas
cubiertas de espartos (Stipa tenacissima),
tomillos (Thymus),
genistas, candileras (Phlomis lychnitis)
y algunas matas secas de Asphodelus.
Miro el reloj, las siete y cuarto de la
mañana. He tardado casi una hora en llegar (y eso que he intentado
detenerme lo más mínimo, pero ya se sabe, aparece una planta
interesante, un insecto que corre a esconderse y vas a ver qué es,
que si qué canto ha sido ese, que si he oído un aleteo...). Me
dispongo a atravesar con cuidado el campo de cereal cuando me doy
cuenta, con cierta sorpresa, de que una avispa negra, larguirucha y
reluciente, está enganchada con sus mandíbulas a una espiga. Detrás
de ella, dos ejemplares más hacen lo mismo. Vale. Genial. A pesar de
la cara de pocos amigos de los guardianes del bancal, lo atravieso
con cuidado, sin perder de vista el pino que empieza a parecerme algo
siniestro.
Pardillo común (Carduelis cannabina) |
El cielo grisáceo parece no poder
contener la lluvia en el horizonte, que cada vez está más oscuro, y
el aire empuja las espigas de los espartos con una fuerza tremenda.
Incluso los pardillos comunes no pueden casi sujetarse a ellas con
sus delgadas patas. Observo un grupo pequeño de estos fringílidos que se entremezcla con otro grupo de jilgueros, un macho de pardillo extrae semillas de una espiga de esparto no sin cierto esfuerzo, mientras el viento lo bambolea de un lado hacia otro.
Cada vez estoy más cerca del pino y de él no sale volando ningún búho, como ocurrió la primera vez que lo vi (claro que yo no sabía que el búho estaría, si bien conocía su presencia debido a las egagrópilas que había a los pies del árbol que ya he comentado antes). Miro desde los pies del pino y en los altos ramajes del árbol no encuentro ningún estrígido alojado. Pena. De todas maneras, si el animal hubiera estado, ¿habría salido volando? En mi mente sonó un SÍ rotundo, con lo cual me sentí algo culpable en caso de que hubiera estado y hubiera salido volando hacia el infinito, molestado por mi presencia, y encima con la lluvia tremenda que se avecinaba.
Miro el reloj y ya son casi las ocho
de la mañana. Decido esperar sentado en el suelo, bajo la
espesura, mirando con atención el pino y el campo abierto que se
extiende ante él. Tal vez el Búho venga al rato, pienso. Pasan los
minutos. De repente, se oye sobre mí el zumbido de veintiún pares
de alas agitándose, y por entre las copas de los pinos diviso una
bandada de gaviotas reidoras (Chroicocephalus ridibundus).
¿En medio de la estepa albaceteña? Sí, hijo, sí. Y no es la
primera vez que veo bandos así, incluso ejemplares solitarios. El
suceso tiene su explicación. En esta zona de La Mancha hay muchas
lagunas (la mayor y más conocida, la laguna salada de Pétrola, a
pesar de encontrarse a varios kilómetros de aquí) y las gaviotas,
claro está, van de una a otra, con lo cual pasan por planicies y
bosques; nada fuera de lo común, a pesar de lo que mucha gente pueda
pensar, ya que algunas especies de gaviota visitan también aguas
interiores, como es el caso.
Gaviotas reidoras (Chroicocephalus ridibundus) |
Un
conejo pasea con sus típicos andares a unos veinte metros detrás de
mí y dos torcaces luchan armando un escándalo tremendo. Empiezo a
aburrirme, sobre todo porque no se oye casi ningún canto de pájaro
(totovías y pinzones) así que, mientras “viene” el Búho,
decido ir a explorar. Primero, salgo del pinar, atravieso otro
bancal mayor que el de las avispas y me dirijo hacia unas encinas
solitarias. Un enorme bando de estorninos monea por allí y una
pareja de gangas (Pterocles alchata)
sobrevuela el lugar, emitiendo el macho su característico grito (que
me recuerda al de un cuervo afónico). Hasta este año nunca había
visto tantas gangas; de hecho, en lo que llevamos he visto dos
bandadas, esta pareja que ahora pasa, y he oído su gritito en otras
llanuras de al rededor de Chinchilla.
La ganga, la reina de las
estepas manchegas (la emperatriz sigue siendo la avutarda). Otras
aves que me encuentro son algunos abejarucos (Merops
apiaster) que permanecen
sentados sobre rocas sin inmutarse del griterío de los estorninos.
Se oyen a lo lejos también terreras y las totovías (Lullula
arborea) no se alejan del borde
del bosque. Jilgueros, pinzones, aláudidos y pardillos parlotean y
revolotean por la zona. Nunca había visto tantas especies de
fringílidos seguidas. A pesar del viento, las aves cantan, lo cual
sirve de ayuda, pues sin verlos ya sé que están.
Ganga ibérica (Pterocles alchata) |
Vuelvo
al pino y el búho no ha llegado. En el suelo, un montón de enormes
egagrópilas grisáceas se acumula. Se me ocurre que puedo
recolectarlas para analizar el contenido y así conocer la
alimentación de mi perseguido Gran Duque. Empieza a chispear, así
que decido irme a casa, no sin antes detenerme en la observación de
una araña lobo (Hogna radiata).
El rey de la
noche, el señor de la oscuridad de los bosques ibéricos, no se ha
presentado a la cita. Hoy no ha habido suerte, pero guardo en mi
mochila un puñado de egagrópilas que me ayudarán a saber qué
mamíferos (y adelanto, insectos, pues he visto en una de ellas una
pata de saltamontes) forman parte de la dieta de este tímido
individuo de Gran Duque.
Muy bonito relato.
ResponderEliminarEspero que la proxima vez tengas más suerte, aunque la experiencia creo que ha merecido la pena, tal y como la cuentas.
Saludos.
Así da gusto madrugar!! Y no para entrar a clase! Una lástima que no encontrases el búho aunque siempre esta guay dar una vuelta por la naturaleza :)
ResponderEliminarA ese puñetero búho lo que le falta es un poco de vergüenza, vamos, mira que darte plantón con todo el tiempo que le dedicas…
ResponderEliminarHa sido un placer recorrer contigo esas áridas tierras que guardan en sus entrañas tan grata calidad y variedad de vida.
Esos pinares entre tanta explanada de cultivo tiene que albergar una cantidad de especies alucinante.
Nada Guillermo, sigue investigando.
Con lo caprichoso que es el búho real igual lo tienes descansando a la sombra de algún romero o hueco rocoso entre la ladera frente al pinar. Revisa la parte alta del cerro y donde haya escalones calizos con oquedades.
Suerte.
Saludos.
A Chinchilla suelo ir en bici desde Albacete un par de días a la semana, tengo "controlados" una familia de mochuelos cerca de la vía del tren. Próximamente me acercaré por la zona a rescatar alguna egagrópila del búho real, obviamente intentando no molestar...Hoy recogí un par de las de mochuelos para traérselas a mi sobrino.
ResponderEliminarPor cierto, 2 milanos, 5 gangas, 2 cernis y los mochuelos en la ruta ciclista de hoy...
Saludos y gracias por compartir tus vivencias de una forma tan amena.