lunes, 29 de junio de 2020

En busca de la albaida blanca

Los matorrales secos y xerófilos de nuestro entorno, desde el punto de vista de la biodiversidad, son verdaderos tesoros de la flora mundial. Una de estas especies, endémica del área iberolevantina, es la albaida rosa o sedosa, Anthyllis lagascana Benedí. Esta especie única crece en el sureste de la península ibérica, en las provincias de Albacete, Murcia, Alicante y Valencia. Además, se detecta también en algunas colinas de la meseta argelina (norte de África). Este arbusto de la familia Fabaceae (leguminosas) crece, preferentemente, sobre sustratos calcáreos y muy secos, en matorrales mediterráneos.
    Carles Benedí indicaba en 1995, en "Taxonomía del grupo Anthyllis henoniana Coss. (Leguminosae): A. lagascana, nom. nov." (consultable aquí), que el agregado de especies que conformaban Anthyllis henoniana (es decir, A. henoiana y A. subsimplex, de Argelia, y A. sericea, descrita de matorrales de Albacete), debían ser tratados únicamente como dos especies. Así, quedarían Anthyllis henoiana, de las zonas esteparias saharianas, y Anthyllis lagascana, que sería el nuevo nombre para la especie ibérica, presente también en el norte de Argelia. 
    Independientemente de estos enredos taxonómicos, me fijé en que la indicación locotípica de Anthyllis lagascana dice lo siguiente: "Hab. in locis argillosis, cretaceis, juxta vias á Chinchilla ad Albacete oppidum eundo, alibique in Murciae Regno". Si nadie me corrige mi mal latín, creo que significa "Habita en lugares arcillosos, con greda, junto a caminos de Chinchilla, estando en la propia población de Albacete y otros lugares del Reino de Murcia" o algo así. 
    Aunque ha sido citada dentro del CENAD de la Sierra de Chinchilla como Anthyllis henoniana por Cebrián y Fajardo en 1992 (trabajo inédito), por mi parte solamente he encontrado A. cytisoides y A. vulneraria en este lugar. Parece que esta planta se me resiste y me haría mucha ilusión encontrarla por la zona. Que seguro que está, pero no la encuentro. 
    El 24 de junio, fuimos a buscar esta planta por los alrededores de Chinchilla. Llegamos a un camino de tierra rodeado de cultivos, algunos pinos carrascos repoblados y un pequeño roquedo con una cantera abandonada, vallada, donde crecían unos álamos, algún sauce, un fresno y muchos carrizos con juncos. En el centro del estanque, se veían eneas (Typha sp.). Alrededor, la vegetación estaba muy alterada y destacaban muchas espigas blanquecinas de la espiguilla de seda o Melica ciliata. Evidentemente, en un sitio así sería difícil encontrar una planta amante de los suelos muy secos, por lo que eché un vistazo a los alrededores del lugar, sin éxito. Sin embargo, pudimos observar algunas especies interesantes, como un enorme renacuajo de sapo de espuelas (Pelobates cultripes) que desapareció en las turbias aguas del fondo de la cantera. 
El estanque de la cantera abandonada.

Álamo blanco (Populus gr. alba)

Melica ciliata

Agalla en un sauce, causada posiblemente por un virus, bacteria o fitoplasma.

     Tras unas cuantas vueltas por la zona, decidimos dirigirnos al sitio donde es más fácil ver la Anthyllis por aquí, descartando, tristemente, los caminos que salen de Chinchilla hacia Albacete donde supuestamente podría crecer. Esta especie ha sido citada en lugares como Hellín, Almansa y la Ribera del Júcar, así que allí fuimos. El año pasado, pudimos disfrutar de su floración abundante en algunos rincones del entorno sucrense mi amigo Ismael Ortiz y yo. ¡Pero yo quería verla en Chinchilla! De momento, habrá que esperar...
    En el Júcar, pudimos disfrutar de unas interesantes vistas tanto del bosque de galería encajonado en las hoces rocosas como de algunos pinares de pinos piñoneros donde abundan matorrales muy típicos de estos entornos. En uno de los bosques galería, pude ver plantas parásitas como Orobanche hederae y algunas saucedas interesantes.
Cardencha o cardo de cardar (Dipsacus fullonum)

Saponaria (Saponaria officinalis)

Orobanche hederae
Sparganium sp.

Bosque en galería del Júcar.

   Algún pajarillo nos acompañó durante el paseo corto, como los carboneros comunes y un papamoscas gris (Muscicapa striata).
Papamoscas gris (Muscicapa striata)

    Con poco éxito, llegamos hasta Jorquera, pasando de largo del enclave donde tengo localizada la población tan extensa de A. lagascana, en las cercanías de Valdeganga, con la intención de encontrarla en otro lugar y de disfrutar del entorno también. 
Ribera del Júcar a su paso por Jorquera.

    Finalmente, mientras conducía de vuelta a casa, localicé en un último enclave cercano al río un entorno sospechoso de tener A. lagascana, ya al atardecer. Al bajar del coche y caminar unos pocos metros, en un rodal de bosque mediterráneo de pinos, allí estaban: algunos arbustos de Anthyllis lagascana crecían dispersos en una pequeña población. Aunque ya no estaban en flor, pude fijarme bien en su forma de crecimiento y recordar cómo eran las flores. Así concluyó la excursión en busca de la albaida blanca.
Anthyllis lagascana en el entorno del Júcar, rodeadas de otras plantas típicas
de este rincón del Mediterráneo.

Anthyllis lagascana

    Imagino que esta especie debió de ser más común en el pasado, hace miles de años, en una población más o menos extendida desde lo que hoy es Albacete hasta el norte de África. Una vez separada Iberia de África, antes de la llegada destructiva de Homo sapiens, los encinares extensos que cubrían la zona centro de lo que hoy es la provincia de Albacete debieron contar con extensos rodales de albaidas blancas, intercaladas con coscojas, espartos, romeros y muchas otras especies de plantas mediterráneas, antes de desaparecer por la extensión de la agricultura y la roturación de los suelos. Un triste destino que, seguramente, hayan compartido no solo otras especies florísticas sino también muchos animales.
Anthyllis lagascana en floración, en otro espartal del Júcar.

Anthyllis lagascana en floración, en otro espartal del Júcar.

Anthyllis lagascana en floración, en otro espartal del Júcar.

sábado, 13 de junio de 2020

Akis genei alimentándose de líquenes

    Hace un mes, en uno de los primeros paseos que empezamos a dar durante el confinamiento por Chinchilla, encontramos varios ejemplares del tenebriónido Akis genei trepando lentamente por el canto de un muro de la calle. Me fijé con atención. Para mi sorpresa, con la lupa de la cámara observé un curioso comportamiento alimenticio que no dudé en grabar para registrarlo. Los tenebriónidos son famosos por su capacidad de adaptación en lo que respecta al alimento: pueden alimentarse de excrementos, animales muertos, restos vegetales, hongos... pero jamás me habría imaginado que, con sus mandíbulas, los Akis son capaces de rascar el cemento viejo para arrancar grandes pedazos de talo de líquenes crustáceos para ingerirlos con avidez. Parece que la naturaleza nunca deja de sorprendernos. 

jueves, 11 de junio de 2020

En la cumbre del Mugrón

El Mugrón.
    En la cumbre del Mugrón, una enorme mole serrana de roca caliza situada al este de la provincia de Albacete y que conecta con la vecina de Valencia, sopla el viento fuertemente a finales de mayo. La vegetación en las alturas es típicamente mediterránea, aunque aparece algo deteriorada. Arbustos bajos, densos y espinosos como la coscoja (Quercus coccifera), Juniperus oxycedrus, Genista pumila, Ulex parviflorus o Erinacea anthyllis se codean con jaras (Cistus clusii y Cistus albidus), Linum suffruticosum L. narbonense, y el abundante romero (Rosmarinus officinalis). Se ven en las alturas también alguos pinos carrascos (Pinus halepensis) dispersos, encinas (Quercus ilex subsp. ballota) e incluso quejigos (Q. faginea).
Vincetoxicum hirundinaria
Uno de los escasos quejigos (Quercus faginea) que salpican las laderas del Mugrón.
 En el suelo, quedan las largas hojas de los gamones (Asphodelus cerasiferus) y los gladiolos están en plena floración, así como la Saponaria. Algunas hierbas que crecen en los resquicios del matorral son muy curiosas, como Dictamnus hispanicus, "bimbo" para mí, Vincetoxicum hirundinaria o la llamativa Coris monspeliensis, bastante más común que las otras dos.
Cistus albidus
Orobanche cf. nana, planta parásita.
Dictamnus hispanicus
    Entre esta vegetación mediterránea de las alturas, podemos encontrar una interesante diversidad entomológica. Ya que una de las plantas más abundantes es el romero, no podían faltar los Acinipe deceptoria (y A. segurensis), saltamontes de la familia Pamphagidae con un curioso aspecto. También los "acompañan" los insectos palo (Pijnackeria).
Acinipe deceptoria
    Sorprendentemente, también se detecta por aquí Barbitistes fischeri, un grillo de colores llamativos y siempre curioso de observar. Solamente lo tenía visto en las cercanías de Alcaraz, pero sin duda debe de tratarse de un insecto más común en nuestro entorno, aunque resulta francamente difícil de observar.
Barbitistes fischeri, hembra.
Barbitistes fischeri, ejemplar macho.
    A los lados de los caminos, donde crecen hierbas altas de terrenos removidos, los escarabajos Proctenius chamaeleon revolotean y se posan en espigas, buscando pareja. Pertenecen a la familia Tenebrionidae y pueden llegar a ser muy abundantes en algunos sitios.
Proctenius chamaeleon
No falta algún que otro ejemplar de Parasteropleurus, seguramente P. martorellii, todavía juvenil. Esta especie es común en los matorrales mediterráneos de la provincia.
Parasteropleurus cf. martorellii
    Descendiendo la ladera, podemos encontrar otros rincones interesantes para la observación de flora y fauna. Los paisajes también son llamativos y la variedad de microhábitats puede ser indicativa a la hora de buscar entomofauna. Descendiendo, uno puede encontrar romerales puros mezclados con espartales, pinares, campos de cultivo, roquedos...
Los cardos Onopordum corymbosum crecen a los lados del camino y otorgan buenos lugares de reposo y alimentación a multitud de lepidópteros, coleópteros y dípteros.
    Nos sorprende el vuelo de varios lepidópteros diurnos, como Hipparchia fidia, H. semele, Melitaea phoebe, Colias croceus, Pontia daplidice, Pararge aegeria, Papilio machaon, Lasiommata megera y una esfinge colibrí (Macroglossum stellatarum). Incluso aquí se puede detectar algún ascaláfido (Libelloides baeticus), un neuróptero de llamativo aspecto y cuerpo cubierto de vellosidad negra. Los asílidos vuelan por doquier en la zona, enganchados o apuñalando algún otro invertebrado distraído con su boca picadora.
Libelloides baeticus
    La brisa que anuncia la llegada del verano mediterráneo no suaviza la incidencia de los rayos de sol en la piel, que enrojece en seguida entre los romeros y las espigas del esparto. Algún que otro caracol serrano (Iberus alonensis) se guarece en las intrincadas ramas de un matorral aromático. Los paredones calizos todavía guardan la humedad de las abundantes lluvias caídas durante los meses pasados y todavía están listos para recibir más agua próximamente. La vida, en fin, crece y se desarrolla en estas colinas y montes soleados, ajena, o tal vez no, a las vicisitudes humanas.