viernes, 30 de marzo de 2012

El vuelo del búho chico

El lejano pino nos observaba desde el otro
lado de la carretera.
Atardecía. La luz del frío marzo manchego se precipitaba sobre las hojas de las encinas, haciéndolas brillar como enormes ramilletes de oro vegetal. Aquel campo de cultivo se desarrollaba a su ritmo junto a la carretera, con encinas diseminadas, un pino piñonero como una enorme sombrilla torcida se erguía a lo lejos y el cadáver de un gran jabalí se descomponía lentamente en un rincón. Las viejas encinas castellanas, quién sabe qué historias guardarían bajo la negra corteza, ¡y quién sabe qué animales se guarecerían en sus tupidas copas! Los ratones de campo, como revoltosos duendecillos nocturnos, se atiborrarían de relucientes bellotas el otoño anterior y dormirían tranquilamente en oscuros intersticios de las encinas gigantes. Aquella clara tierra, con brotes nuevos, sería el paraíso de los pequeños alcaravanes, viejos amigos míos.

 

Una leve brisa llegaba del horizonte, junto con una lejana águila culebrera que planeaba en lo alto, observando la dehesa con ese aire de elegancia propio de las águilas. Se posó en una de las encina más altas y pudimos observarla con los prismáticos, pero se debió sentir observada desde la lontananza, y no llevábamos ni treinta segundos mirándola cuando emprendió nuevamente el vuelo.

   La casualidad quiso hacernos creer que en aquella dehesa, un búho chico se apretaba contra un tronco. Y así fue. Pocas veces ocurren cosas que siempre has deseado, has ansiado conocer bellas personas y lo has conseguido, y cuando ha ocurrido, ha sido como revivir todos tus pensamientos, pero en la realidad, y desde entonces, esos sueños están al alcance de tu mano, sólo tienes que estirar la mano y whatsappearles; has ansiado ver ese animal que se te resiste, que desaparece en el bosque con un aleteo, con un crujido de la hojarasca, con un leve chapoteo en el agua o sólo llegas a verlo muerto, atropellado, sin vida, una caja vieja que no sirve para nada ni vale nada. Miramos por mirar y el que busca encuentra.

   De repente, en una oscura encina de aspecto globoso, hubo un aleteo y una sombra blanqueada por la leve luz solar salió como un fantasma, volando en silencio hacia otra encina. Allí estaba el animal, el gran búho chico había aparecido como de la nada y fue gracias al azar el que nosotros estuviéramos allí buscando exactamente esa especie. ¿Azar? ¿Destino? ¿Quién puede saberlo? ¿Quién puede explicar lo que nos trajo a aquella dehesa de Albacete para buscar lo que vimos?

  Este búho no se comportaba de la misma manera que el búho del que hablé en una entrada del verano pasado. Este era más vergonzoso, huía de nosotros, pero teníamos que verlo. De encina en encina, lo acosamos, aunque suene mal decirlo. Llegamos a una encina al límite de la dehesa dorada y huyó de nuevo, esta vez muy cerca de nosotros, a un metro del suelo, un especialista en el vuelo insonorizado. La rapaz nocturna se posó finalmente en una encina demasiado lejana para llegar a ella, y ya era tarde. Estábamos cansados de correr detrás de la estrígida, pero había valido la pena. Su cara plana, de ambarinos ojos, relució con aquella luz que, estoy seguro, muchos habéis visto en la estepa ibérica. Las largas alas claras le daban el aspecto de una criatura algo fantasmagórica pero a la vez increíblemente hermosa. He de decirlo: fue inolvidable. Conseguimos ver el búho, ese animal tan deseado, y desde entonces la maldición se rompió.

  En una pancarta de la manifestación de hoy, he leído lo siguiente: Si sueñas solo, sólo es un sueño... pero cuando sueñas con otros, es el comienzo de una nueva realidad. Si quieres conseguir algo, rodéate de la gente con la que cualquier cosa es posible y verás que la vida puede ser más fácil de lo que piensas.

  Esta entrada que acabáis de leer, si habéis tenido las buenas ganas de tragárosla, es muy importante para mí. Tal vez sea la más importante que hay en este blog. Va dedicada a aquellas personas que aparecieron de repente para no irse (o bueno, para solamente irse un mes a un lejano lugar tropical). Gracias.

lunes, 26 de marzo de 2012

Anfibeando

    En ocasiones, las personas buscamos cosas que necesitamos ver, porque son esenciales para nuestro conocimiento sobre el mundo, y a pesar de que insistamos, no llegamos a encontrarlas. Mucha gente no entiende por qué mis amigos y yo buscamos "cosas" en charcas y estanques, pero ese tipo de gente es exactamente el que no se mete en nuestros blogs sobre naturaleza, así que todos entenderéis el interés de encontrar anfibios, aunque nos sea muy difícil de explicar.
    "Tiene que llover, tiene que llover", "Qué buen día hace, cuánto sol", oímos y decimos últimamente. Sí, tiene que llover. Es cierto, estamos teniendo una serie de días buenos que son algo anormales y para nada favorecen a la fauna anfibia. Unas nieves en La Mancha y alguna que otra minilluvia torrencial ayudan para rellenar pequeñas charcas donde desovar. Pero bueno, como digo siempre "podrán cortar todas las flores, pero jamás detendrán la primavera" y, con menos agua que de costumbre, los sapos corredores se agolpan en las charcas y ya se empiezan a escuchar sus cantos, secundados por los de las ranas comunes y los de los sapillos moteados.
Sapo corredor macho (Epidalea calamita) en "posición Guille".
   El sapo corredor (Epidalea calamita) es un robusto anfibio muy común en nuestra región. Le gustan las zonas arenosas, pero es posible encontrarlo casi en cualquier lugar. Probad a acercaros una de estas noches a alguna charca cercana. Seguro que podréis escuchar un conciertazo de algún macho de sapo corredor en busca de una hembra a la que acoplarse. Son bastante fáciles de reconocer; bastante más pequeños que el sapo común (Bufo bufo) (de hecho, hasta hace poco, ambos formaban parte del mismo género), poseen una línea clara que les recorre la espalda y sus pupilas son horizontales, el iris es verdiamarillo. Rara vez saltan, prefieren desplazarse mediante pequeñas carreras. Sus puestas son parecidas a las del sapo común.
En esta foto se observa con bastante claridad la línea longitudinal de la espalda del sapo corredor, de color amarillento.
   En algunas charcas ya se pueden observar las puestas del sapillo moteado (Pelodytes punctatus). De aspecto parecido a una pequeña rana verrugosa con pupilas verticales, el sapillo moteado tampoco falta a sus conciertos nocturnos primaverales. El desove tiene lugar en sitios de lo más variado: piletas, estanques, arroyos, y en la montaña es fácil encontrar las puestas en cuencas de deshielo.
Puesta de sapillo moteado (gracias, Julio, por hacer sombra con la mano)
La época de reproducción de ambas especies va desde primavera hasta otoño, pero en el el litoral mediterráneo varía más. Nuevamente, observamos que dependen en gran medida de las charcas temporales. Ocurre a veces que la charca se seca y los renacuajos que se desarrollaban en ella mueren, pero debido a la amplia época reproductiva de los sapos, todavía pueden continuar desovando en nuevas charcas más resistentes.

   Con semejante acumulación de ranas y sapos en las charcas, los depredadores no dejan pasar la ocasión y aprovechan las noches de cantos para zamparse algún distraído cantor. Es el caso de esta culebra viperina (Natrix maura) que encontramos la otra noche en el borde de una charca en San Vicente del Raspeig. Al verse capturada, preparó su peculiar mecanismo de defensa: como no muerde, intentó restregar sus mmmhh... partes íntimas, por donde acababa de expeler su apestoso contenido intestinal, con la mano capturadora. Como no queríamos importunarla demasiado, la soltamos en seguida para que siguiera nadando en busca de anuros deliciosos. Nos dimos cuenta de que al ejemplar le faltaba una sección de la cola, quién sabe cómo la habría perdido.
;)
Los coros de los sapos se alargan hasta poco antes del amanecer. Mientras tanto, mochuelos, ratas y culebras se aprovechan del festín; pero los peores ataques a las poblaciones de anuros y urodelos (en cristiano, ranas y sapos y tritones) son los que realizamos nosotros (¡para variar!). La pérdida de su hábitat es el principal agente que amenaza la supervivencia de los anfibios en la Península Ibérica, así que os animo a conservar y a construir charcas para que nuestros anfibios puedan [sobre]vivir. En el jardín, en el patio, en el campo, ayudar con pequeños estanques repartidos por toda la geografía ibérica pueden reducir las posibilidades de extinción de nuestros pequeños vecinos. Así que ya sabéis, desempolvad las palas y ¡al ataque! Que los conciertos de los anuros inunden la atmósfera de vuestras noches.
Detalle de la cabeza de un sapillo moteado (Pelodytes punctatus).
Pelophylax perezi que encontramos en un riachuelo de San Vicente del Raspeig. 

martes, 6 de marzo de 2012

En busca del camachuelo trompetero

El otro día fuimos en busca de los camachuelos trompeteros (Bucanetes githagineus) que, se sabe, se instalan para anidar por estas fechas cerca de Jijona y del río Monnegre (Alicante) desde hace unos años. Como todo el mundo mundial sabe, el camachuelo trompetero es un pájaro norteafricano que lleva paseándose por el Sureste Ibérico desde los años setenta e incluso ha llegado ya al Delta del Ebro, desplazándose hacia el Norte por la Costa Mediterránea Ibérica. Dicen que ha llegado a nuestro país debido a la subida de las temperaturas y a la desertificación extrema de algunas zonas de nuestro territorio, ya que su hábitat natural es el desierto, los roquedos áridos y las estepas; y a juzgar por el paisaje donde se supone que anidan, una serie de precipicios, cortados y roquedos de yesos geniales al más puro estilo marroquí, la verdad es que parece el hábitat perfecto para el Bucanetes.

Estuvimos esperando un rato a que aparecieran, pero nada. Mientras aguardábamos su llegada, un grupo pequeño de una especie introducida en España (también desde los años 70), el arruí (Ammotragus lervia), apareció en una cumbre cercana. Pudimos avistar tres individuos que nos miraban desde las alturas con curiosidad, con su característica mirada caprina. El arruí se introdujo en España en 1970, en Sierra Espuña (Murcia), para abastecer la demanda cinegética (¡qué hambre debían de tener los españolitos!), y en La Palma, donde se han extendido por la Caldera de Taburiente, poniendo en peligro la flora endémica. Es un extraño sentimiento el que noto cuando veo uno de estos animales: el bicho mola, pero no mola que esté aquí.
Beeeeh.
De todas maneras, ahí estaban los animales, ramoneando globularias y brezos, tan tranquilas. Las dejamos atrás (por no decir abajo, porque empezamos a subir una ladera tan vertical, que de vertical estaba al revés) y allí nos sentamos para observar mejor la llegada de los camachuelos, entre sedums, globularias y más brezos.
No, no babeéis más. Al final no aparecieron, pero ¡qué bien se estaba allí arriba, en las alturas, observando el frío mundo a nuestros pies! En esos momentos, rodeado de naturaleza salvaje, escuchando las risotadas del pito real, uno se cuestiona muchas cosas del mundo en que vivimos; pero no había tiempo para lamentaciones, ni para dormir bajo el cálido sol mediterráneo del primero de marzo, había que aprovechar de la compañía, de las risas, las bromas y las alegrías, mientras una paloma zurita (o una torcaz) surcaba el aire justo delante de nosotros. Al final nos quedamos con ganas de verlos, pero no perdimos la tarde. El campo nunca defrauda, siempre hay algo que ver, algo nuevo que conocer, algo que comprender.
   A nuestro alrededor, en la cumbre, crecían globularias (Globularia alypum), una planta tóxica originaria del Mediterráneo que coloniza terrenos áridos; Sedum sediforme, suculenta que crece en zonas soleadas y que abunda por estas tierras del Este, el omnipresente Brachypodium y pinos carrascos.
Globularia alypum
Para los que se hayan quedado con ganas de ver un camachuelo trompetero, es más o menos como lo que sale en la foto inferior.
Es un intento, pero así podréis haceros la idea. Obviamente, el colorcillo rojo del pico y la cara descubre su identidad: es un macho con plumaje nupcial (en verano). El resto del año, es decir, cuando no se les ve, tienen colores más apagados, pardogrisáceos. El canto es reconocible en la distancia, por algo se llama "trompetero", es como un pitido extraño; la verdad es que no recuerda a un pájaro de los de toda la vida.
Así que... bueno, sin camachuelos quedamos, pero con buenas experiencias camperas terminamos. Ya habrá tiempo para verlos más adelante. Pienso que por culpa del invierno tan seco y frío que hemos tenido, los pobres no han tenido ganas ni de empezar a anidar, y como todavía hiela por la noche... Cuando haya más alimento y suban las temperaturas, acudiremos en su busca, y entonces os contaré... pero esa vez no habrá dibujos.