Estos días estivales de tan altas temperaturas, los sofocos al salir a la calle pueden llevarle a uno a pensar que las planas tierras manchegas están al borde de la deshidratación, que las hierbas ruderales se secarán en nada, agostando los campos antes de tiempo. Lo cierto es que esto no es así, que las plantas que habitan las llanuras y sierras de estas latitudes están adaptadas a lo extremo: gran escasez de agua y altas temperaturas durante varias horas al día.
Incluso en el patio, me sorprendo de la capacidad de las plantas de aguantar bajo el sol del mediodía. Dos jardineras alargadas, junto a la pared, contienen plantas autóctonas de la zona, como romero, jara blanca, romero macho, santolina, y en otras macetas crecen otras que no lo son tanto, aunque sí son de origen cercano, como la adelfa, el lentisco, el olivo o la higuera. A pesar de no regarlas todas las noches (ya que es por la noche cuando se debe hacer), aguantan estoicas, agradeciéndolo únicamente la adelfa, dando grandes inflorescencias de flores rosadas, y la higuera, que ya fructifica. Para las otras, hace ya demasiado calor, así que emplean sus tácticas específicas para aguantar la deshidratación: defoliación, curvatura de las hojas... Las demás plantas que poseo por la capacidad de sus flores de atraer gran cantidad de insectos no reciben tanto sol directo: la budleya o arbusto de las mariposas, la lantana o bandera española, el jazmín chino o la madreselva. Incluso el saúco, sin flores pero ya con racimos de frutos aún verdes en su copa, sigue haciendo gala de sus facultades albergando una pequeña familia de gorriones comunes, tras haber conseguido librarse de la plaga de pulgones (Aphis sambuci) que lo asolaba. Parece que las fuertes temperaturas atraen todavía más fauna al patio, en busca de alimento en las plantas y agua en los rincones húmedos.
Aphis sambuci
Los insectos son los grandes actores del patio, y sus protagonistas, sin duda, son los himenópteros: en el suelo, varias especies (por lo menos, tres distintas) de hormigas que no he sabido identificar (Lasius? Messor? Plagiolepis?) corretean en filas y en busca de cualquier pedazo vegetal o de origen artrópodo que caiga al suelo. Estos días 06.07.2015, algunos adultos alados emergían de sus nidos.
Lasius niger
Bullicio fórmico de las hormigas Lasius.
Con su típico ir y venir, las hormigas negras (Lasius niger), de velludo abdomen, parecen tomarse turnos de día y de noche, según el individuo, para explorar todos los rincones del patio. Conocida es la plaga de los áfidos o pulgones, en sus diversas formas, todas ellas aprovechadas y pastoreadas por estas mismas hormigas: en el alto saúco, los pulgones negros del saúco (Aphis sambuci); a su lado, en el espino albar, los verdes de las rosáceas (Macrosiphum rosae); y en la adelfa, aunque escasos (la larva de la crisopa, dotada de grandes mandíbulas agudas, da buena cuenta de ellos), los naranjas (Aphis nerii). Las hormigas han sabido aprovechar el líquido azucarado que segregan estas minúsculas chinches chupadoras de savia: los pastorean, cuidan y protegen, con sus acodadas antenas tamborilean los regordetes abdómenes de los pulgones, respondiendo éstos con una gran gota almidonada que ellas beben. A cambio, las Lasius los protegen de posibles depredadores. Simbiosis en estado puro: yo hago algo que tú aprovechas, y tú, a cambio, me proteges.
La avispa papelera (Polistes dominula), siempre sedienta, atraída por el agua goteante de la manguera o de la palangana donde crecen algunas plantas lacustres, recorre el aire en gran número, haciendo bastante incómodo permanecer en el patio durante más de unos minutos. Me sorprende observar que bastantes ejemplares presentan el abdomen algo deformado, abultado o incluso con los anillos descolocados, y creo que se trata de hembras de insectos llamados estilópidos (del orden Strepsitera, “alas retorcidas”) que parasitan estos himenópteros. Las hembras de estilópido viven en el cuerpo de la avispa (dependiendo de la especie, pueden atacar cucarachas, mantis, saltamontes o abejas), en la cual se desarrollan, los machos, por el contrario, pueden volar y viven solamente unas horas, en ese tiempo han de encontrar una hembra a la que fecundar. La hembra, encajada en el abdomen de su hospedador, muere consumida por sus propias larvas, que salen en busca de una avispa que les lleve a un panal. Allí terminan su estado larvario y las hembras se introducen en el cuerpo de la avispa. Por medio de una enzima, consiguen atravesar el tejido del hospedador y consiguen que éste segregue una especie de saco en el que se acurruca apretadamente el estilópido. Un parásito digno de admirar.
Avispa papelera (Polistes dominula) estilopizada. Obsérvese el abdomen deformado.
A pesar de la abundancia de avispas papeleras, todavía otros himenópteros encuentran espacio, como la avispa alfarera Eumenes que a simple vista puede confundirse con la especie anterior, pero es de tamaño menor y de vuelo más directo. Este insecto construye un nido de barro en forma de vasija, amasando tierra húmeda con las mandíbulas, e introduciendo en su interior pequeñas orugas paralizadas, de las cuales se alimentará su larva. El color de estos nidos es exactamente del mismo del mortero de la pared, así que a veces resultan casi invisibles, pero si se mira con atención es posible verlos: pequeños montículos del tamaño de un garbanzo de color arena clara.
El macho de la abeja solitaria Anthidium florentinum, de llamativo abdomen amarillo con bandas negras, elige y defiende una planta florida frente a otros machos e incluso otros insectos, hasta que llega una hembra. (07.07.2015) Me ha sorprendido observar un macho que se había encaprichado con la budleya. Una mariposa del geranio (Cacyreus marshalli) que había llegado a libar las perfumadas flores ha corrido la mala suerte de cruzarse en vuelo con el macho de Anthidium, que se ha dirigido hacia ella a toda velocidad hasta golpearla con genio. La mariposa parece haber ignorado el golpe, porque ha seguido volando hacia otro racimo de flores más alejado de la zona controlada por la abeja. Esta especie es muy común en verano y la más llamativa de las abejas solitarias.
Anthidium florentinum, libando flores de budleya.
Anthidium florentinum en pleno descanso, sobre una hoja de baladre, el pasado 12 de junio de 2015.
El 11.07.2015, he visto la primera abeja carpintera (Xylocopa violacea) del año. Un ejemplar de gran tamaño, tal vez era una hembra, se afanaba en libar las rosadas flores del arbusto de las mariposas. Tiene gracia, una planta llamada así, que lo que más atrae son himenópteros y no lepidópteros, en fin, cosas más inverosímiles se han visto en la historia de la vida, como los cantos de las salamanquesas, de los que hablaré en otro momento, y que pocos han llegado a tener el placer de escuchar. La abeja carpintera, de color negruzco con toques violáceos y de alas pardas con dejes eléctricos, de vuelo directo, puede recordar de un vistazo a una cetonia. Su presencia impone respeto en el patio, el zumbido que producen sus alas es profundo, grave, vibrante, más que el de cualquier otro insecto, y uno podría llegar a temerlas, pero en realidad son poco agresivas, mucho menos que las avispas papeleras mencionadas hace un momento. Poco después, pasadas las seis de la tarde, este ejemplar había desaparecido; en su lugar apareció una pareja de Xylocopa en plena cópula, que ha venido a posarse sobre una pínula del saúco. Una especie digna de admirar.
Cópula de Xylocopa violacea.
Todos estos animales tienen siempre su función en la naturaleza, sin ellos, muchos de los procesos que a simple vista son difíciles de ver, pero con la debida observación minuciosa son alcanzables hasta para los ojos menos acostumbrados a la contemplación de los seres vivos, no podrían realizarse y los ecosistemas colapsarían.
Fin de la primera parte.
Incluso en el patio, me sorprendo de la capacidad de las plantas de aguantar bajo el sol del mediodía. Dos jardineras alargadas, junto a la pared, contienen plantas autóctonas de la zona, como romero, jara blanca, romero macho, santolina, y en otras macetas crecen otras que no lo son tanto, aunque sí son de origen cercano, como la adelfa, el lentisco, el olivo o la higuera. A pesar de no regarlas todas las noches (ya que es por la noche cuando se debe hacer), aguantan estoicas, agradeciéndolo únicamente la adelfa, dando grandes inflorescencias de flores rosadas, y la higuera, que ya fructifica. Para las otras, hace ya demasiado calor, así que emplean sus tácticas específicas para aguantar la deshidratación: defoliación, curvatura de las hojas... Las demás plantas que poseo por la capacidad de sus flores de atraer gran cantidad de insectos no reciben tanto sol directo: la budleya o arbusto de las mariposas, la lantana o bandera española, el jazmín chino o la madreselva. Incluso el saúco, sin flores pero ya con racimos de frutos aún verdes en su copa, sigue haciendo gala de sus facultades albergando una pequeña familia de gorriones comunes, tras haber conseguido librarse de la plaga de pulgones (Aphis sambuci) que lo asolaba. Parece que las fuertes temperaturas atraen todavía más fauna al patio, en busca de alimento en las plantas y agua en los rincones húmedos.
Aphis sambuci
Los insectos son los grandes actores del patio, y sus protagonistas, sin duda, son los himenópteros: en el suelo, varias especies (por lo menos, tres distintas) de hormigas que no he sabido identificar (Lasius? Messor? Plagiolepis?) corretean en filas y en busca de cualquier pedazo vegetal o de origen artrópodo que caiga al suelo. Estos días 06.07.2015, algunos adultos alados emergían de sus nidos.
Lasius niger
Bullicio fórmico de las hormigas Lasius.
Con su típico ir y venir, las hormigas negras (Lasius niger), de velludo abdomen, parecen tomarse turnos de día y de noche, según el individuo, para explorar todos los rincones del patio. Conocida es la plaga de los áfidos o pulgones, en sus diversas formas, todas ellas aprovechadas y pastoreadas por estas mismas hormigas: en el alto saúco, los pulgones negros del saúco (Aphis sambuci); a su lado, en el espino albar, los verdes de las rosáceas (Macrosiphum rosae); y en la adelfa, aunque escasos (la larva de la crisopa, dotada de grandes mandíbulas agudas, da buena cuenta de ellos), los naranjas (Aphis nerii). Las hormigas han sabido aprovechar el líquido azucarado que segregan estas minúsculas chinches chupadoras de savia: los pastorean, cuidan y protegen, con sus acodadas antenas tamborilean los regordetes abdómenes de los pulgones, respondiendo éstos con una gran gota almidonada que ellas beben. A cambio, las Lasius los protegen de posibles depredadores. Simbiosis en estado puro: yo hago algo que tú aprovechas, y tú, a cambio, me proteges.
La avispa papelera (Polistes dominula), siempre sedienta, atraída por el agua goteante de la manguera o de la palangana donde crecen algunas plantas lacustres, recorre el aire en gran número, haciendo bastante incómodo permanecer en el patio durante más de unos minutos. Me sorprende observar que bastantes ejemplares presentan el abdomen algo deformado, abultado o incluso con los anillos descolocados, y creo que se trata de hembras de insectos llamados estilópidos (del orden Strepsitera, “alas retorcidas”) que parasitan estos himenópteros. Las hembras de estilópido viven en el cuerpo de la avispa (dependiendo de la especie, pueden atacar cucarachas, mantis, saltamontes o abejas), en la cual se desarrollan, los machos, por el contrario, pueden volar y viven solamente unas horas, en ese tiempo han de encontrar una hembra a la que fecundar. La hembra, encajada en el abdomen de su hospedador, muere consumida por sus propias larvas, que salen en busca de una avispa que les lleve a un panal. Allí terminan su estado larvario y las hembras se introducen en el cuerpo de la avispa. Por medio de una enzima, consiguen atravesar el tejido del hospedador y consiguen que éste segregue una especie de saco en el que se acurruca apretadamente el estilópido. Un parásito digno de admirar.
Avispa papelera (Polistes dominula) estilopizada. Obsérvese el abdomen deformado.
A pesar de la abundancia de avispas papeleras, todavía otros himenópteros encuentran espacio, como la avispa alfarera Eumenes que a simple vista puede confundirse con la especie anterior, pero es de tamaño menor y de vuelo más directo. Este insecto construye un nido de barro en forma de vasija, amasando tierra húmeda con las mandíbulas, e introduciendo en su interior pequeñas orugas paralizadas, de las cuales se alimentará su larva. El color de estos nidos es exactamente del mismo del mortero de la pared, así que a veces resultan casi invisibles, pero si se mira con atención es posible verlos: pequeños montículos del tamaño de un garbanzo de color arena clara.
El macho de la abeja solitaria Anthidium florentinum, de llamativo abdomen amarillo con bandas negras, elige y defiende una planta florida frente a otros machos e incluso otros insectos, hasta que llega una hembra. (07.07.2015) Me ha sorprendido observar un macho que se había encaprichado con la budleya. Una mariposa del geranio (Cacyreus marshalli) que había llegado a libar las perfumadas flores ha corrido la mala suerte de cruzarse en vuelo con el macho de Anthidium, que se ha dirigido hacia ella a toda velocidad hasta golpearla con genio. La mariposa parece haber ignorado el golpe, porque ha seguido volando hacia otro racimo de flores más alejado de la zona controlada por la abeja. Esta especie es muy común en verano y la más llamativa de las abejas solitarias.
Anthidium florentinum, libando flores de budleya.
Anthidium florentinum en pleno descanso, sobre una hoja de baladre, el pasado 12 de junio de 2015.
El 11.07.2015, he visto la primera abeja carpintera (Xylocopa violacea) del año. Un ejemplar de gran tamaño, tal vez era una hembra, se afanaba en libar las rosadas flores del arbusto de las mariposas. Tiene gracia, una planta llamada así, que lo que más atrae son himenópteros y no lepidópteros, en fin, cosas más inverosímiles se han visto en la historia de la vida, como los cantos de las salamanquesas, de los que hablaré en otro momento, y que pocos han llegado a tener el placer de escuchar. La abeja carpintera, de color negruzco con toques violáceos y de alas pardas con dejes eléctricos, de vuelo directo, puede recordar de un vistazo a una cetonia. Su presencia impone respeto en el patio, el zumbido que producen sus alas es profundo, grave, vibrante, más que el de cualquier otro insecto, y uno podría llegar a temerlas, pero en realidad son poco agresivas, mucho menos que las avispas papeleras mencionadas hace un momento. Poco después, pasadas las seis de la tarde, este ejemplar había desaparecido; en su lugar apareció una pareja de Xylocopa en plena cópula, que ha venido a posarse sobre una pínula del saúco. Una especie digna de admirar.
Cópula de Xylocopa violacea.
Todos estos animales tienen siempre su función en la naturaleza, sin ellos, muchos de los procesos que a simple vista son difíciles de ver, pero con la debida observación minuciosa son alcanzables hasta para los ojos menos acostumbrados a la contemplación de los seres vivos, no podrían realizarse y los ecosistemas colapsarían.
Fin de la primera parte.
He disfrutado mucho con esta entrada. Algunos de los insectos de los que hablan también son relativamente fáciles de observar por aquí. Una verdadera gozada leer tus líneas y contemplar tus fotografías.
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