Ayer, estábamos María del Mar y yo en el patio, mirando algunas flores de otoño, cuando empezamos a oir un ruidito en los canalones del tejado. Sonaba como si unas pequeñísimas uñas se movieran arañando el metal. ¿Oyes eso?, dije. Y María del Mar me dijo que parecía un ratón. Al rato, le di la razón, pues la arenilla que caía de la pared que el micromamífero estaba trepando me ayudó a descubrirlo.
No es raro ver ratones en la zona donde vivo. Hace unos veranos, entré en mi habitación y me encontré uno mirándome desde el alféizar de la ventana, subido a unas macetas. Me hizo tanta ilusión que di un pequeño grito de sorpresa que lo asustó. A las semanas, Víctor el gato se comportaba de forma extraña frente a una jaula de caza sin muerte que tengo en casa, con la cola erizada y acechando a "la nada", que era un pequeño ratoncillo que se había colado dentro. Lo solté, por supuesto.
En el patio, vi ratones en 2016 y 2017, pero desde encontes no había visto ni rastro de ellos. A mí no me molestan, mientras no entren dentro de casa, aunque para eso está mi gata...
Este que os muestro era juvenil, quizás estaba explorando. Estuvo trepando por las paredes del porche y metiéndose en las macetas, curioseando. Me acerqué mucho a él hasta que bajó al suelo, donde le intenté hacer fotos (no todas salieron bien). No le hice nada, dejé que se fuera a donde quisiera. Tal vez sirva de alimento a alguna lechuza.
Ratón casero (Mus musculus) - 29.9.2019. |
Recuerdo la primera vez que vi un ratón. Tenía como 7 años, fue en Chinchilla. Hacía muchísimo frío y mis padres se habían encontrado a alguien por la calle, así que me puse a curiosear por la zona. Debajo de una rampa bordeada por muretes encalados, había una puerta baja, de 1,50 m, con un ventanuco abierto protegido por una rejilla de metal, al que casi no llegaba. Me asomé y de la estancia salía un hedor a gallinero muy fuerte, aunque no me desagradaba. Hasta que se me acostumbraron los ojos a la oscuridad del gallinero, no pude ver que dentro había varias gallinas gordísimas acurrucadas en maderas apiladas y estanterías. Me quedé mirando un rato las gallinas, cuando, de repente, me pareció ver una bola oscura, del tamaño de una ciruela, moviéndose lentamente sobre unas tablas. Efectivamente, era un ratón, la primera vez que veía uno. Había alguno más. A veces, se sorprendían por algún sonido mío (una tos o sorberme los mocos) y desaparecían, pero siempre volvían a asomarse. Para mí fue una experiencia mágica, no olvidemos que a tan tierna edad, la imaginación vuela y vuela, y en seguida me imaginaba las peripecias de un ratoncillo por mi pueblo, metiéndose por todos los recovecos imaginables.
No nos alarmemos, que haya ratones no es malo. No olvidemos que infinidad de seres de nuestro alrededor se alimentan de ellos, otra historia sería que me los encontrara en mi cocina: ahí, sí que no. Aunque siempre podemos hacer como David Álvarez y su hijo, que capturaron al ratón que estuvo varios días saqueando el frutero hasta que, finalmente, consiguieron atraparlo y soltarlo lejos. Así, todos felices y no nos cargamos a nadie.
Una preciosidad de relato, leyéndolo, hasta da gusto tener ratones, eso sí, en el patio.
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