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jueves, 23 de noviembre de 2023

En el bosque de la salamandra

Dos veces fuimos a buscar la legendaria salamandra un mismo fin de semana. La primera noche, llegamos al lugar atravesando extensos pinares primero y campos y campos de olivos después. Nos encontramos en un paraje húmedo en la noche, entre laderas cubiertas de olmos siberianos, chopos, sauces, higueras y otros árboles de ribera, que rodeaban una surgencia de agua canalizada en parte y embalsada en una piscina de piedra. El agua bajaba por la zona recorriendo diferentes canales poco profundos, y a veces caía directamente a la tierra y formaba un riachuelo rodeado de zarzas y colas de caballo, o se volvía a acumular en unas piletas donde antiguamente lavaban sus atuendos las gentes del pueblo. En las pequeñas acequias de piedra, se acumulaban las hojas de plátanos y chopos, y las larvas de salamandra descansaban tranquilas. La humedad lo envolvía todo y la temperatura, de unos 10 ºC, nos enfriaba los cuerpos rápidamente. La hojarasca del suelo dormía bajo una capa de gotitas que relucían al paso de nuestras linternas en la oscuridad. Tras un rato de profunda insepección del terreno y paciencia, ninguna salamandra hizo acto de presencia y, cansados, nos fuimos a dormir, no sin antes toparnos con un opilión, un ciervo y tres jabalíes, y un par de ojos luminosos que nos miraban desde una ladera y que nos dieron escalofríos.

La segunda noche, decidimos acercarnos al mismo sitio, poco antes del atardecer, y repetir la táctica de búsqueda anfibia de la noche anterior. En cuanto la oscuridad envolvió el bosquete, nos pusimos en marcha, escudriñando el suelo cubierto de hojas amarillas, naranjas y marrones, las laderas donde crecían pequeñas setas y cualquier rincón más húmedo que nos llamara la atención. Tras unos minutos escrutando el paraje y después de encontrar varios renacuajos de salamandra de nuevo, de repente, mis ojos detectaron un ejemplar de salamandra (Salamandra salamandra morenica) en la humedad. No podía creérmelo, después de tanto tiempo queriendo ver una salamandra vivita y coleando, ahí estaba, con esa expresión inmutable en la cara de pasmada. Lo primero que pensé al verla fue: "Parece un muñeco de plástico".

Salamandra común (Salamandra salamandra morenica)

La salamandra común, también llamada salamandra de fuego, es un anfibio urodelo con varias subespecies en la península ibérica. En la provincia de Albacete, solamente es posible encontrarla en las sierras subhúmedas del suroeste (Alcaraz y Segura), estando ausente en las comarcas naturales de La Mancha, incluyendo los valles del río Júcar, el corredor de Almansa y los campos de Hellín. La subespecie de Albacete es propia, además, de toda Sierra Morena y las Sierras Béticas.

Salamandra salamandra morenica
En nuestra zona, la salamandra recibe también otro nombre curioso: tiro. Realmente no sé el origen de esta palabra, pero es un término que se utiliza también, que yo sepa, en las sierras de las vecinas provincias de Jaén y Granada.

Salamandra salamandra morenica
Es un animal que depende mucho de la humedad ambiental. Su piel, a través de la cual también respira, es muy sensible, y aprovecha las épocas lluviosas con temperaturas superiores a 5ºC para salir de sus escondrijos, reproducirse y alimentarse. En nuestra zona la podemos encontrar activa en otoño, parte del invierno y primavera. Son ovovivíparas, por lo que paren directamente crías (renacuajos) que dejan en charcas, estanques y pilas de agua dulce y limpia, aunque algunas subespecies del norte de la Península dan a luz directamente crías formadas. Por supuesto, es una especie amenazada que depende mucho de los puntos de agua fresca y limpia para su reproducción, lo que a su vez está relacionado con el régimen de lluvias, que, si se trastoca, acaba afectando a la disponibilidad de agua limpia en fuentes y acequias. Se alimenta de gusanos, babosas, cochinillas y pequeños insectos.
Renacuajo de salamandra. Se aprecian sus branquias externas en la cabeza, justo delante de los brazos. 

jueves, 18 de mayo de 2023

Fin de semana en la Sierra de Alcaraz

13 de mayo

El sábado, por la tarde, nos fuimos María del Mar Castillo, Alonso Ródenas, Miguel Domenech, Paula Poveda y yo de nuevo a las zonas cercanas a Riópar, con la esperanza de volver a ver la Graellsia isabelae. Nos alojamos de nuevo en la Pensión Pradera, en Mesones, lugar muy recomendable para la observación de fauna y flora y muy cerca de puntos interesantes para realizar rutas senderistas. Finalmente, no volvimos a ver esta mágica especie, pero vimos otras, también muy interesantes.

Recién llegados por la tarde, dimos una vuelta por el bosque bajo una lluvia bastante deseada pero insuficiente para humedecer bien la tierra. Por la calle, me encontré un ciervo volante menor (Dorcus parallelipipedus), un escarabajo que tenía muchísimas ganas de ver, y que me pareció verdaderamente pequeño comparado con su primo, el ciervo volante (Lucanus cervus). Posteriormente encontraríamos otro ejemplar, enganchado en una telaraña de una pared.

Nos acercamos a la llamada Balsa de la Guitarra, donde permanecimos un rato explorando el terreno, y yo me fijé, sobre todo, en la vegetación. Mi amigo Miguel encontró varios ejemplares de Petaloptila isabellae correteando entre la hojarasca. Vi varios árboles y arbustos propios de estos bosques, como el serbal morisco (Sorbus aria), el serbal (Sorbus domestica), el durillo (Viburnum tinus), el acebo (Ilex aquifolium) y el olmo de montaña (Ulmus glabra), entre otras. También vimos algunas orugas de Euproctis chrysorrhoea paseándose por las hojillas de las hierbas cerca de un arroyo.

Algunas plantas observadas en este entorno cercano a Riópar: berro de agua (Nasturtium officinale), serbal morisco (Sorbus aria) y olmo de montaña (Ulmus glabra).

Después de cenar, hicimos un paseo nocturno en busca de más fauna. En un seto de ciprés, desde lejos vimos una esfinge del chopo (Laothoe populi), una bella esfinge cuyo ejemplar adulto todavía no había visto aún. El grupo de las esfinges (familia Sphingidae) destaca por contar con algunas especies de gran tamaño y el tamaño de la del chopo no defrauda.

Esfinge del chopo (Laothoe populi)

También hay que reseñar un ejemplar de sapo partero bético (Alytes dickhillenii), endemismo de estas sierras, y una salamandra (Salamandra salamandra) momificada. Tengo muchas ganas de encontrar un ejemplar vivo, porque de momento solamente he visto ejemplares adultos muertos y renacuajos en pilones y arroyuelos, pero nunca una salamandra adulta viva. Espero encontrarla este año. Tristemente, cada vez es más escasa y difícil de ver.

Sapo partero bético (Alytes dickhillenii)

Momia de salamandra (Salamandra salamandra morenica)

14 de mayo

Al día siguiente, a media mañana, nos dirigimos hacia la ruta que sube hacia el tejo del Calar del Mundo, por el arroyo de la Celada, un sendero que me encanta y que es muy especial para mí, por varias razones. Se trata de un camino que atraviesa los pinares de las cercanías del Cortijo de Segundo, donde predomina el pino laricio o negral (Pinus nigra subsp. salzmannii), acompañado del pino resinero (Pinus pinaster) y quejigos (Quercus faginea), encinas (Q. ilex subsp. ballota), espinos albares (Crataegus monogyna y C. laciniata), arces (Acer opalus subsp. granatense), y, de vez en cuando, sobre todo en las zonas más altas, acebos (Ilex aquifolium) y, más raramente, tejos (Taxus baccata). Es decir, son bosques de montaña mediterránea donde llueve lo suficiente como para que los árboles que estamos acostumbrados a ver en nuestros campos conviven con especies eurosiberianas relícticas. Cerca del Cortijo de Segundo, está mi árbol favorito (como especie y como ejemplar) de la provincia de Albacete, un grande y bello ejemplar de serbal (Sorbus domestica) que he visitado varias veces.

En el sotobosque de estos pinares, destacaban las llamativas flores de las peonías (Paeonia broteri).

Paeonia broteri

Subida hacia el Cortijo de Segundo, rodeados de pinos negrales, quejigos, arces y espinos albares.

Aquí crece el serbal doméstico por el que siento devoción, rodeado de encinas y espinos.

Su tronco invita a sentarse debajo para disfrutar de la vida del bosque.

Conforme continuamos ascendiendo, dejando atrás el serbal, encontramos algunas pequeñas praderas donde crecen helechos (Pteridium aquilinum). En estos herbazales encontramos ninfas del gran grillo verde (Tettigonia viridissima) y saltamontes de la especie Chorthippus jacobsi. Por el camino, se veían aceiteras (Berberomeloe majalis).

Praderas con Pteridium aquilinum.

Durante la subida hasta un desvío señalando hacia el famoso tejo (Taxus baccata) del Calar del Mundo, nos encontramos diversas especies de mariposas que nos acompañaron durante todo el trayecto.

Bandera española o aurora meridional (Anthocharis euphenoides)

Sofía (Issoria lathonia)

Sofía (Issoria lathonia)

Doncella punteada (Melitaea cinxia)

Sofía (Issoria lathonia) sobre una flor de algo parecido a una escabiosa.

Al llegar a una división del camino, que seguía ascendiendo, vimos una señal que apuntaba a la derecha, en la que ponía "TEJO - 1,5 km". "Anda, pues no está muy lejos", dijimos. Sí, sí. Tardamos una hora en ascender hasta el entorno del tejo, por un camino que a veces se empinaba tanto que costaba agarrarse bien al suelo y casi había que ir a cuatro patas, saltando por encima del arroyo de la Celada. Pero valió la pena. El cansancio que siento después de una buena ruta por el monte me hace sentir bastante bien. Hay que entender también que últimamente no hago rutas muy extenuantes y que cada dos por tres me paro en algo que me llama la atención, por lo que quizá la subida habría sido más rápida si la vida simplemente nos hubiera concebido como senderistas que hacen rutas con el único fin de andar por el campo y nada más. Pero no puedo evitar fijarme en las especies que aparecen a nuestro paso, y rodeado de amigos que son como yo, esa peculiaridad propia se acrecenta.

Brotes nuevos en un joven tejo.

Acebo (Ilex aquifolium)

Florecilla de un ajo silvestre, creo que es Allium moly. La vi en algunos rodales de forma abundante, inundando el ambiente con su aroma.

Flor de peonía con un escarabajo del sudario (Oxythyrea funesta).

Más peonías en el bosque.

Hubo dos momentos en que nos sentimos un poco desesperados, porque era la hora de comer y no llevábamos nada de almuerzo (gran error), pero sentíamos la necesidad de alcanzar el tejo del Calar del Mundo. Entre los troncos de los árboles, si mirábamos hacia delante, se veía el cielo y cuando pensábamos que habíamos llegado a la cima, se trataba simplemente de una zona más expuesta y el sendero continuaba subiendo por otro lado. En estas zonas, parábamos y nos maravillábamos con el paisaje.

Sierra del Cujón.

Una curiosa salvia que me llamó la atención en una de las lomas que coronamos, Salvia phlomoides. Endemismo de la región mediterránea occidental que crece en montañas calizas altas.

Otro endemismo, pero del sur de España, Convolvulus boissieri.

Esta peonía crecía entre una gran rama tronchada de un quejigo (Quercus faginea).

Sin duda, el tronco caído procedía del enorme ejemplar de la izquierda.

Conforme ascendíamos y ascendíamos, los pinos se volvían más dispersos y comenzaban a abundar los matorrales con forma de cojín, muy compacto y espinosos, adaptados a las altitudes de la montaña mediterránea.

Comenzaba la floración de Echinospartum boissieri, endemismo de las montañas béticas.

Echinospartum boissieri

En las partes más altas de la montaña, teníamos señal de 4G en el móvil, por lo que pudimos acceder a Google Maps y comprobar que, efectivamente, el ansiado tejo no quedaba muy lejos. En cierto momento, lo divisamos en la distancia. Habíamos llegado a una loma, a casi 1500 m de altitud, y el tejo estaba en la loma de al lado, en el Calar desarbolado, poblado de arbustos dispersos, espinosos y compactos. Valorando la hora que era, el tiempo que tardaríamos en volver a Riópar, la población más cercana, donde pensábamos comer, y la hora a la que teníamos que estar de vuelta en casa, decidimos no acercarnos más, puesto que, según nuestros cálculos, tardaríamos por lo menos media hora en llegar hasta el árbol. Lo admiramos desde la distancia, acordando entre todos volver en otro momento, cargados de bocadillos, y acercarnos un poco más, siempre desde el respeto que se le debe a un árbol milenario y sensible a las perturbaciones.

Tejo del Calar del Mundo, cuya edad aproximada es de unos 1.500 años.

En esta cumbre, encontramos uno de los insectos más característicos de las grandes altitudes montañosas de nuestro entorno, un grillo gordo y desconocido para muchos, a pesar de ser bastante común: Pycnogaster sanchezgomezi constricta, capaz de resistir temperaturas bastante bajas entre arbustos muy espinosos y compactos, como el cojín de monja (Erinacea anthyllis). Después de admirar este insecto y el tejo, nos dimos la vuelta y volvimos por el mismo camino por el que habíamos subido, aunque un poco más rápido.

Pycnogaster sanchezgomezi constricta

Durante la bajada, seguimos admirando los pinares.

La lagartija colilarga (Psammodromus algirus) es un reptil fácil de observar en estos bosques.

Las flores de las aguileñas (Aquilegia vulgaris subsp. hispanica) nos acompañaron todo el tiempo que estuvimos cerca del agua, brotando aquí y allá en herbazales húmedos junto a ríos y arroyos.

Y así concluyó otro gran fin de semana en el Parque Natural de los Calares del Mundo y de la Sima, disfrutando de la naturaleza al máximo en un entorno sin igual, riéndonos y compartiendo conversaciones muy enriquecedoras.

martes, 15 de julio de 2014

Voluntariado en Yeste II: arreglando un cuerpo de agua para salamandras

Cartel utilizado para señalizar nuestra actuación.
    El segundo día, el sábado día 12 de julio, acudimos al lugar del voluntariado. La actividad se centró en la adaptación de un cuerpo de agua para la salamandra (Salamandra salamandra). Reformamos un abrevadero en una ladera que recibía agua de una fuente unos metros más arriba, la Fuente Molejón en Yeste, cerca de Boche y del río Tus. El abrevadero estaba cubierto por una mezcla de fibra de vidrio y pintura, así que cortamos el agua, arrancamos ese toda esa capa, hasta dejarlo esquelético, y lo recubrimos con cemento. Pusimos rocas y piedras dentro para ofrecer cobijo a las futuras larvas de anfibio. Asimismo, otro grupo de voluntarios construía un estanque. Finalmente, tras dejar secar el cemento, reconectamos el abrevadero con la charca, taponamos el abrevadero y dejamos que se llenase todo de agua durante toda la noche.
Entorno del abrevadero y el estanque. El bosque de alrededor está formado principalmente por pinos carrascos, algún resinero (a la izquierda de la foto se ve uno, cónico y más oscuro que los demás),
sabinas, romeros, jaras, encinas, zarzas...
Los voluntariados que se encargaron de cavar el estanque y montarlo
hicieron un trabajo brillante. ¡Aquí disfrutarán muchos anifbios!
    La actuación iba dirigida a la recuperación de la población local de salamandra, pero cualquier anfibio, como es natural, será bienvenido. En la tierra ligeramente empantanada de alrededor se plantaron almeces y fresnos.
Lobito jaspeado (Pyronia cecilia) sobre Mantisalca salmantica, en los alrededores del abrevadero.
Torvisco (Daphne gnidium)
    Bromeamos con encontrarnos la zona destrozada por jabalíes y cabras montesas a la mañana siguiente, aunque en el fondo nos preocupaba, pero el día siguiente volvimos y todo estaba perfecto. Un día tardamos en adaptar la zona. Ahora solo falta esperar que la vegetación crezca y dé sombra.
Un gran equipo.
    La salamandra no es un urodelo escaso en la Sierra de Segura. Donde encuentra cuerpos de agua aptos, generalmente prospera, pero el gran problema de los anfibios en la Iberia mediterránea, como siempre, es la pérdida de hábitat, y todo lo que se haga para reforzar poblaciones nunca es suficiente. Por eso es importante pequeños gestos como este y concienciación.
Detalle de las sierras béticas de Albacete. Los cuadros en rojo representan citas de salamandra común.
Fuente: S.I.A.R.E
Salamandra común (Salamandra salamandra). Foto de Rafa Torralba.