lunes, 11 de marzo de 2013

Que los pinos no te impidan ver el bosque

    Un zorzal alirrojo sobrevuela el espartal al atardecer. Se va hacia el Norte. Ha llovido mucho, también por la mañana, y el cielo me da una tregua para poder seguir reforestando. Nunca me cansaré de alabar a la lluvia, a las pequeñas escorrentías que caen por las laderas del pinar mientras la nieve se deshace, a las nieblas que cubren las cumbres; la humedad, en fin, en nuestro típico monte mediterráneo. Enterré muchas bellotas en el otoño, de coscoja y encina, pero ya no recuerdo dónde, ni tengo la intención de hacerlo. Llevo una bolsa con jara blanca (Cistus albidus), pinos piñoneros (Pinus pinea) y espinos albares (Cratægus monogyna). Planto en una ladera cespitosa y desprovista de árboles una jara, y cubro la tierra embarrada con hojas secas, piedras ennegrecidas por los líquenes y acículas. En esta ladera, se me puede ver perfectamente si alguien pasa por el camino. No me gusta, no quiero que nadie me vea, pero es inevitable. El sitio está muy bien si las jaras lo colonizan, un pedregal cubierto de tomillos, candileras y Lithodora fruticosa, soleado por la mañana pero protegido durante las horas de más calor. Me gusta. Desciendo por la ladera y bajo un pino, cavo otro hoyo e introduzco el pequeño cepellón del majuelo, cuyas yemas, por cierto, ya empiezan a crecer. Intento enterrarlo bastante. Esta tierra, bajo el pino, es bastante blanda y puedo hacer un agujero medianamente decente. Ya. 
    Me interno en el pinar. Ya no quiero llamarlo bosque. Cuando era pequeño y paseaba por allí, no me cuestionaba nada. Aquello estaba plantado allí y yo buscaba insectos en laderas soleadas, mientras las perdices picoteaban el suelo entre los espartos, y los pájaros me guiaban. Era agradable. Y un día empecé a leer. Pinos, pinos y más pinos, pinos que arden, pinos plantados unos muy cerca de otros, pinos que no dejan crecer nada. En la sociedad, está mal visto cortar árboles; pero peor visto debería estar el reforestar así. No puedo hacer nada y los carrascos no tienen la culpa; si se quería un bosque, habrá que hacerlo bien, ¿no?
     Otra ladera llama mi atención. El musgo, henchido de agua, alfombra el suelo creando una mullida capa verde y brillante. Me gusta esta ladera, es lo suficiente tenebrosa para que los paseantes no se metan y lo bastante cercana a otro claro para recibir luz. Aquí pongo otro espino. Al hundir la pala, levanto una capa de micelio. Ups. Pido perdón, no me gusta romper micelios. ¡Uno no puede ir por la vida rompiendo micelios así como así!
    Cerca, a la sombra, en una esquina del cerro, algunas orquídeas ya han florecido. Ophrys fusca, qué bonitas son. Coquetas. Cocretas. ¡Una rama ha caído encima de una! Vaya. La pobre ha florecido, el tallo floral se ha doblado de forma extraña y las flores se han deformado. Ea. Cosas que pasan; suerte que este año hay muchísimas. Ha llovido tanto que aparecen Ophrys donde nunca antes he visto.
   El sol se pone, tiñendo el espartal que se extiende al salir del pinar de ocre. Aquí la tierra es diferente. El barro rojizo parece blando y fácil de cavar. Planto pinos piñoneros separados, a la sombra de matas grandes. Aquí puse hace un mes muchas jaras. No las encuentro, esto es más grande de lo que parece. Pero sí recuerdo dónde planté dos encinas y una jara. Me quedan dos espinos albares, así que los pongo cerca del pinar, en la tierra profunda. Me cuesta cavar, aparecen guijarros todo el rato, pero la tierra es buena. Cojo una piedra y golpeo el mango de la pala hundida, golpeo fuertemente varias veces, con furia. La pala se hunde. Me pongo en pie, le doy un pisotón al mango y un terrón sale disparado, desintegrándose en el aire y manchándome la cara. Procuro plantar los espinos cerca de los árboles, para que los pájaros que vayan a alimentarse de sus frutos puedan verlos desde lo alto y para que, si tienen que huir, lleguen pronto al pinar. A esto se le llama visión de futuro, oye. Me quedan varios piñoneros y los planto antes de que la nube que se acerca empiece a descargar más agua. Cómo llueve. Los sapos corredores ya se ponen en marcha. Busco uno de los Cistus que planté, bajo un gran pino, bajo la casa del Gran Duque, allí crece, inocente y orgullosa, como la rosa del Principito. Sus hojillas no se han secado, crece lento, pero viva sigue. Mi gran temor es que lo que planto muera, sobre todo lo que ya está crecido. Las semillas... bueno, suelo poner muchas y desperdigarlas por el mundo. Pero lo que planto no tiene protección. Este verano prometo ir a regar para evitar catástrofes. Al principio, sólo para que no mueran. Hay algunos ascomicetos pardos abriéndose paso entre las piedrecillas, bajo la genista, los Teucrium capitatum y los tomillos. Consigo encontrar dos encinas de las cuatro o cinco que planté, y cuál es mi alegría al comprobar que también siguen vivas. Son pequeñas, espinosas, y se yerguen modestamente orgullosas, como el Cistus. Me alegro mucho.
    Me voy ya, la Natura no me da casi tiempo para irme. Llueve, la tierra se moja, las raíces absorben, crujen, se asientan y la tierra respira profundamente. Hasta la próxima.

1 comentario:

  1. ¡Cómo te lo curras !. Una labor digna de alabanza y admiración la que has realizado en ese pinar. Leyendo lo que escribes es fácil imaginarte subiendo y bajando esas ladera y plantando toda clase de semillas de árboles y otras plantas.ojalá, con las abundantes lluvias que estamos teniendo, todas fructifiquen y ese pinar reverdezca como en sus mejore tiempos.
    Enhorabuena
    Saludos

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