domingo, 7 de diciembre de 2014

sábado, 6 de diciembre de 2014

Una visita inesperada

    Hace ya cuatro años, una tarde, andaba yo distraído por mi habitación, consultando libros sobre no sé qué suerte de diplópodo (milpiés) que había observado horas antes en el monte. No conseguía dar con la especie y en todos mis libros aparecían siempre júlidos similares, pero no la especie que yo había visto. Días después descubriría que se trataba de Ommatoiulus rutilans, un milpiés muy común en zonas de matorral mediterráneo y que no aparece en muchas guías.
    Era ya tarde, llovía fuera. Me recosté en el sillón con los ojos cerrados. Podía oir el repiqueteo del agua que bajaba lamiendo las tejas y el estruendo que producía al caer al patio, organizando un concierto cuyo sonido siempre me ha tranquilizado mucho. Tras permanecer un rato así, abrí ligeramente los ojos, enfocando directamente a las oscuras vigas de madera, y a los blancos revoltones, que hacen que el techo parezca una gran tarta de nata. Me di cuenta de que, en uno de esos huecos redondeados del techo, había una pequeña criatura que proyectaba una ligera sombra sobre la pintura blanca. Me levanté, para ver de qué se trataba. Cuál sería mi asombro al descubrir que se trataba de una araña que yo conocía muy bien pero que nunca había visto, era sin duda una araña escupidora (Scytodes velutina delicatula).
El ejemplar de Scytodes velutina, pocos segundos después de encontrarlo.
    ¡Qué alegría! Esos revoltones del techo son el lugar ideal para que varias especies de arañas establezcan sus zonas de caza, ya sean redes o simplemente como lugar de acecho. ¡Qué digo! No solo los revoltones, sino toda la casa. Desde que me interesan estos temas y tengo capacidad de identificar especies, he contado bastantes géneros, solo en mi casa, entre ellos: Pholcus, Holocnemus, Steatoda, Araniella, Araneus, Philaeus, Heliophanus, Salticus, Menemerus, Tegenaria, Misumena, Thomisus... y con esta, también Scytodes.
¡BU!
    Al verla, rápidamente la capturé con cuidado, colocándola sobre mis manos con cariño, y la puse sobre un folio en la mesa, con luz. El adorno de su prosoma, que era más grande que el opistosoma, me sorprendió, parecía una máscara de luchador mexicano. Sus patas, delgadas, translúcidas, con dos anchas bandas oscuras en las tibias, la delatan para diferenciarla de su prima hermana S. thoracica, que cuenta con cuatro bandas en cada tibia.
     Cuando se vio en peligro, la arañita se encogió en una pequeña bola, haciéndose la muerta, como se observa en la imagen inferior.
Cuando se ve en peligro, las arañas escupidoras se hacen las muertas.
    La vida y costumbres de estas arañas es entretenida. El nombre en castellano, araña escupidora, hace referencia a su manera de cazar. Estas arañas no construyen ninguna tela. Simplemente, se dedican a pasearse por la noche por rincones olvidados, techos, paredes..., a ver qué se encuentran. Son incapaces de corretear, se mueven lentamente, con el primer par de patas palpando el terreno. Muchas veces, lo primero que se encuentran son pequeñas hormigas, otras arañas, cochinillas, pececillos de plata... Una vez que se encuentra a una distancia decente de la presa, la araña dispara un chorro de seda pegajosa en zig-zag con los quelíceros, como una red, que adhiere la presa al suelo y la deja bien sujeta. Así, la araña puede devorar la presa lentamente sin necesidad de saltar o corretear detrás de ella ni construir una gran tela. Podéis ver este comportamiento en este clip de la serie de televisión "El jardín viviente".
    Según leo en un interesantísimo libro que me regalaron esta semana (The world of spiders, de W. S. Bristowe), el cortejo es casi inexistente en este grupo de arácnidos. Simplemente, cuando un macho dispuesto a aparearse encuentra a una hembra, se dedican al acto en sí mismo, con algunos tocamientos tímidos previos con las patas. Además, los machos no muestran hostilidad entre ellos. Al contrario. A veces, incluso, uno puede intentar cortejar a otro durante un rato (what? ¿homosexualidad invertebrada?), pero finalmente el cortejado acaba hartándose y le lanza una pequeña cantidad de telaraña para deshacerse de él, aunque sin ánimo de enzarzarse en lucha. El apareamiento tiene lugar durante todo el año, si bien las puestas suelen realizarse en verano.
Hembra de Scytodes con un saco de huevos sujeto a las espineretas y sujeto por los palpos.
Extraído de The World of Spiders, de W. S. Bristowe (1958).
    Una vez emergen las jóvenes arañitas, tras unas dos semanas, la madre deshace los hilos que envuelven y mantienen unidos los huevos, y permanecen junto a la madre durante unos diez días más.
    Las arañas escupidoras se desarrollan lentamente, pueden llegar a vivir unos cinco años y mudan hasta seis veces antes de alcanzar la madurez. Cuando la Scytodes siente que sus días en este mundo se acaban, se vuelve menos activa, su cuerpo oscurece y su abdomen encoge. Puede también escupir telaraña, pero como mera defensa, ya que dejan de comer hasta morir. Dicho así suena muy triste, pero así es la naturaleza. Su forma de morir me recuerda bastante a las de las mantis, el quedarse quietas, como desganadas, esperando el final hasta amanecer sin vida...
    Tras un rato de observación y toma de fotografías, dejé a la Scytodes velutina delicatula en un rincón escondido. He seguido viendo varios ejemplares de Scytodes desde entonces en diversos lugares de la casa y siempre me alegro de verlas por ahí, encogidas o paseándose por el techo, con su caracerístico movimiento de patas, en busca de algún pequeño animal que llevarse a la boca.

lunes, 24 de noviembre de 2014

Harwich: dientes de tiburón y vuelvepiedras confiados

    Este fin de semana lo he pasado en Harwich (Essex), una pequeña ciudad costera donde se encuentra uno de los mayores puertos internacionales de Europa.
    El sábado por la mañana, bien pronto, tras haber consultado el horario de mareas (no olvidemos que esto es el Gran Atlántico Norte, y las mareas son bestiales), fuimos directos a una pequeña playa, junto a un paseo, donde un pequeño grupo de vuelvepiedras zascandileaba en busca de pequeños invertebrados y restos de peces, y más cerca de la orilla, algunos ostreros se afanaban en encontrar su desayuno. Entre la grava pulida y las acumulaciones de algas (Fucus y Laminaria), vi muchísimos ejemplares de ostra de gran tamaño  y de sus restos, incluso recogí varias valvas aún enteras, pero sin inquilino. También encontré conchas de otros moluscos como bígaros (Littorina littorea, L. obtusata), alguna que otra lapa y la invasora Crepidula fornicata, introducida desde América del Norte.
    En esta playeta, nos dedicamos a hacer lo que muchos han hecho desde hace casi 300 años: buscar pequeños fósiles procedentes de la Arcilla de Londres, sobre todo, dientes de tiburones del Eoceno (hace 55 millones de años, aproximadamente). A las 8.45 am ya estábamos en cuclillas, revolviendo la gravilla, observando minuciosamente cada pequeña piedra oscura que se daba la vuelta al pasar la gran valva de ostra que usábamos para remover la arena.
    Mientras nos afanábamos en la busca de estos pequeños tesoros sacados al exterior por la fuerza maremotriz, perdíamos la noción del tiempo. La temperatura era inferior a 7 C, pero nos sentíamos extrañamente cómodos junto a las turbias aguas del Mar del Norte, mientras nos sobrevolaban algunas gaviotas.
Algunos de los dientes de seláceos del Eoceno fosilizados que encontramos.
A la izquierda del todo, ni idea, posiblemente (según me han dicho), podría tratarse de una púa de erizo de mar del terciario; a su derecha, en segundo lugar, un cilindro con un agujero interno (¿belemnites?). Las tres estructuras grandes y oscuras sí pueden ser trozos de belemnites pulidos. A la derecha de la moneda, ni idea de lo que puede ser, pero "algo" parece.
    Uno de los tesoros que encontré fue un huevo de raya. No me lo podía creer. Son relucientes, oscuros, del color del alcohol que duerme almacenado y olvidado durante décadas en un armario de los abuelos. Me aseguré de que estuviera hueco (la pequeña raya ya había nacido, pues la estructura tenía una apertura en uno de sus extremos) y lo recogí.
El huevo de raya, ya seco. En inglés se le llama "Mermaid's purse", que significa "monedero de sirena".
    Más tarde nos dirigimos al muelle de Ha' Penny, paseando. Las gaviotas, tranquilas, descansaban sobre las empalizadas, mientras algunos vuelvepiedras comunes (Arenaria interpres) merodeaban por la zona. Nos dio la impresión de que querían acercarse, pero recelaban ligeramente, así que me incliné y estiré la mano, aunque no tuviera nada, para ver cómo reaccionaban. Para mi sorpresa, el animalito vino corriendo, estirando el cuello para ver si de verdad llevaba algo que darle. Probamos con unas miguitas de pan que nos dieron en una caseta y hasta las gaviotas se interesaron.
Gaviota argéntea (Larus argentatus) de primer invierno.
Uno de los confiados vuelvepiedras (Arenaria interpres) del muelle.
    Después de comer decidimos regresar a la playa. La marea se estaba retirando decenas de metros, dejando al descubierto pequeñas charcas y recovecos llenos de mejillones, bígaros y otros moluscos marinos. Las limícolas y gaviotas no dejaban pasar la oportunidad de darse un banquete, y agachados en un rincón de la playa, las aves se acostumbraron a nosotros. Tras un rato de observación ornitológica, continuamos hacia la otra zona de la playa donde habíamos buscado los fósiles.
Ostrero euroasiático (Haematopus ostralegus) en los bajíos.
Vuelvepiedras común (Arenaria interpres) alimentándose de los restos de un gádido (tal vez un bacalao o un eglefino).
    En esta segunda búsqueda de tesoros marinos y geológicos, reliquias del paso de la vida por la tierra, seguí recogiendo otras cositas que el mar traía o desenterraba. Entre ellas (aparte de más dientes), huesos fósiles, seguramente de algún mamífero; caparazones de cangrejos, caracolas... Un grupo de barnaclas carinegras (Branta bernicla bernicla) pasó volando a toda velocidad hacia el sur.
Trozos de huesos de mamíferos fosilizados.
Arriba: caparazón de buey de mar (Cancer pagurus).
Abajo: caparazón de cangrejo verde europeo (Carcinus maenas).
    Fue un fin de semana bastante fructífero en lo que a recolección de especímenes se refiere. Pasear por la playa en busca de tesoros que deja el oleaje (beachcombing) es una actividad que he vuelto a hacer en Inglaterra; anteriormente, lo había hecho mucho en las costas del Mediterráneo hasta que, por cuestiones de la vida, dejé de hacerlo. Pronto publicaré una entrada sobre este tema.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

La ventana indiscreta: gato doméstico intentando cazar tórtolas turcas

    La ventana de mi habitación en Hull da a un patio trasero bastante cutre donde aparcan los coches los vecinos. Rodeándolo, hay unas verjas oxidadas y paneles de metal ya anaranjado, y detrás de estas pequeñas murallas, algunos arbustos y árboles sobresalen. 
    Si me siento en la cama, puedo ver un alto espino albar que todavía tiene hojas y frutos rojos y relucientes. En el alféizar de la ventana he dejado un pequeño cuaderno con un lápiz para ir apuntando las aves que veo cuando miro a través de ella. Empecé a apuntar el día 13 de noviembre y de momento llevo varias especies: tórtola turca (Streptopelia decaocto), gaviota reidora (Chroicocephalus ridibundus), gorrión común (Passer domesticus), petirrojo europeo (Erithacus rubecula), corneja negra (Corvus corone), jilguero europeo (Carduelis carduelis) y grajilla (Corvus monedula). Por la calle, cerca de casa, oigo otras especies de gaviota y páridos, pero no los he apuntado, porque no los he visto 'desde la ventana indiscreta'.
    Hoy me he asomado y he buscado el grupo de tórtolas turcas que veo siempre. Acuden a un fresno que hay junto al espino albar, y bajan al suelo, donde algún vecino les deja alimento. 
Tórtolas turcas (Streptopelia decaocto).
En Inglaterra son un ave típica de ciudad, pero no son tan comunes como en algunas zonas de España.
Tórtolas turcas (Streptopelia decaocto)
    Hoy estaban en el fresno tan tranquilamente, sin hacer nada, cuando el maldito gato del vecino, que le deja andar por donde quiere (un día lo cojo y le pongo un cascabel en el cuello), se ha puesto a trepar por el tronco del árbol, acercándose poco a poco a una de las tórtolas, más alejada del grupo principal.
El gato trepando hacia su presa, mientras el resto mira.
    El felino se desplazaba lentamente, sin perder de vista a la tórtola, hasta que ésta ha revoloteado y se ha posado en otro arbusto. Las tórtolas no son idiotas, por muy simples que sean a veces, así que el gato se ha quedado con cara de póker, mirando a su alrededor, mientras el grupo de tórtolas que quedaba a su lado alzaba el vuelo también. Finalmente, el minino ha bajado del árbol, hoy no desayunará tórtola.
¡JÁ! Hoy te quedas sin comer algo que no haya salido de una lata. Y diles a tus dueños que te pongan un cascabel al cuello.
Tórtola turca (Streptopelia decaocto)
    No olvidéis que los gatos domésticos que pululan por ahí son una de las principales causas de muerte de aves en zonas urbanas. Si tienes un gato y lo dejas andar por donde quiere, hazle un favor a la naturaleza: ponle un collar con dos o tres cascabeles. Así los pequeños animales que puedan ser presa del gato lo oirán antes y podrán huir a tiempo. 

sábado, 8 de noviembre de 2014

Primera cita de Ophrys lutea para la Sierra de Chinchilla

    En la Sierra de Chinchilla, a pesar de su alto grado de deterioro medioambiental, es posible, todavía, encontrar diversas especies de plantas de interés típicas de la región mediterránea, bulbosas como los asfódelos, las merenderas o la escasísima Fritillaria lusitanica. También podemos encontrar dos especies de orquídeas, Ophrys fusca y Ophrys speculum. Hasta hace poco.
    El pasado día 21 de abril de este año, fui a bichear por la sierra. Volviendo ya, a mediodía, nos encontrábamos por un camino cercano a una ladera orientada al SE, a unos 900 msnm, cuando vislumbramos una orquídea común en España, la Ophrys lutea Gouan (Cav.). Se trata de la primera cita para la zona ya que en Orquídeas de la provincia de Albacete, de Rivera Núñez y López Vélez (1987), solo aparecen citadas las otras dos, que son precisamente las más comunes. Intentamos buscar más ejemplares alrededor, pero no vimos ninguno más.
Ophrys lutea

viernes, 7 de noviembre de 2014

Cómo distinguir los tres saúcos ibéricos

    Escribo esta entrada a la vista de las estadísticas de mi blog, al cual mucha gente llega navegando por la red en busca de las diferencias entre el saúco, el yezgo, el sauquillo, el binteiro, el canillero, y una larga lista de nombres vernáculos que estas tres especies reciben. Atraídos por el nombre del blog, esperan encontrar respuesta a sus dudas. Pues aquí está:
    En la Península Ibérica contamos con 3 especies de saúco (Género Sambucus), de la familia Adoxaceae: el saúco negro (Sambucus nigra), muy común sobre todo en montañas y zonas húmedas y toda la Iberia atlántica, el sauquillo o yezgo (Sambucus ebulus), una herbácea más común en la zona mediterránea, en zonas de ramblas, bordes de ríos, acequias, etc. pero que también alcanza el norte; y finalmente, el saúco rojo (Sambucus racemosa), que tiene preferencia por las zonas más frías y es más común en los Pirineos y en algunas otras zonas del Norte, en compañía de hayas, abetos y sauces. En esta entrada no se tratan las variedades de las tres especies, que son muchas, sino las que podemos encontrar en el campo.

Clave rápida para distinguir los saúcos ibéricos:

1. a) Inflorescencias en corimbos aplanados, frutos negruzcos, plantas herbáceas, arbustivas o arbóreas.............................................................................................................................2
 b) Inflorescencias en panículas cónicas amarillentas, frutos rojizos, plantas arbustivas o arbóreas................................................................................................3. Sambucus racemosa
2. a) Flores casi siempre blancas, anteras oscuras, planta herbácea levemente ramificada en su base, rizoma subterráneo, fructificación erecta, hojas con 7-11 foliolos......2. Sambucus ebulus
  b) Flores blancas o amarillentas, anteras amarillas, arbusto o árbol de un o o más troncos, fructificación colgante, hojas con 5 a 7 foliolos.........................................1. Sambucus nigra

1. Saúco negro o común (Sambucus nigra)
Otros nombres: sauquero, sabugo, sabuguero, sahúco, sambuco, canillero, bintero. 
    El saúco negro o simplemente saúco, es el más común de los tres que se describen en esta entrada. Es un árbol o arbusto que no suele superar los 4 ó 5 metros de altura, aunque en condiciones ideales puede superar esas medidas. Se utiliza como seto y muchas veces se le considera una 'mala hierba' que se ha de eliminar. Vive prácticamente en cualquier sitio (incluyendo grietas de edificios y árboles) y tipo de suelo, pero en bosques húmedos y montañas en la Iberia mediterránea.
¿Cómo distinguirlo de los demás?
Flores: blancas o amarillo claro, en corimbos densos. Aparecen entre abril y junio, aunque en las sierras de Albacete lo he llegado a ver floreciendo en pleno julio.
Frutos: racimos colgantes de pequeñas bayas moradas o negras, con tallos rojo vino. Muchas veces, el árbol pierde las hojas y quedan los frutos.
Tronco: de corteza suberosa, curvado y con chupones, ramas 'en forma de 5' con ramillas delgadas y verticales con pocas divisiones excepto en los extremos altos, lo cual hace que a veces presenten aspecto 'llorón'. En invierno pierde las hojas.
Hojas de saúco (Sambucus nigra). Obsérvese que crecen de una rama que va endureciéndose poco a poco.
Flores de saúco común (Sambucus nigra). Cinco pétalos blanquecinos y cinco estambres amarillos.
Aspecto general de un saúco (Sambucus nigra) de tres años de edad.
Este es el que planté en mi patio en el año 2010. La fotografía es de mayo de 2013.
Tiene tres troncos principales y una altura de unos 4 ó 5 m, aunque cada año va a más. Este crece sobre suelo calizo.









Frutos de saúco (Sambucus nigra).
Saúco (Sambucus nigra).
2. Sauquillo (Sambucus ebulus)
Otros nombres: yezgo, ébulo, saúco hediondo, saúco menor, sahuquillo 
    El sauquillo es una planta herbácea provista de un rizoma reptante del que crecen largos tallos verticalmente. En otoño, estos tallos se secan, permaneciendo el rizoma latente en la tierra. Viven en cerca del agua, junto a acequias, ríos y otras zonas húmedas de interior, también en fondos de barrancos. Su presencia indica riqueza de nutrientes. Su distribución abarca desde la Península Ibérica hasta Oriente Medio. Pueden superar los 2 metros de altura.
¿Cómo distinguirlo de los demás?
Flores: actiniformes, de pétalos puntiagudos, blancas, en inflorescencias corimbiformes. Los estambres son de color púrpura. Las flores aparecen en verano, entre junio y agosto.
Frutos: racimos similares a los de la especie anterior, pero no son colgantes, sino que se agrupan en la parte superior del tallo. Aparecen a finales de verano y en otoño.
Tronco: no presenta tronco; los tallos nunca se endurecen.
Rodal de sauquillos (Sambucus ebulus) en El Charco Azul (Valdeganga, Albacete), en el río Júcar.
Flor de sauquillo (Sambucus ebulus).
Sauquillos (Sambucus ebulus) fructificando.
3. Saúco rojo (Sambucus racemosa)
    Este es el saúco más escaso de la Península Ibérica. En España, solo aparece en la zona pirenaica y parte de Navarra, así como en algunos enclaves del Moncayo. Huye de los suelos calizos y crece junto a abetos y hayas, y cercano a ríos. Es un árbol, igual que el primero de esta lista, del que se distingue por la estructura de sus flores y frutos.
¿Cómo distinguirlo de los demás?
Flores: blancas o amarillentas, en panículas de aspecto cónico. Aparecen en verano.
Frutos: rojos, brillantes. Aparecen a finales de verano y en otoño.
Tronco: de corteza suberosa, curvado y con chupones. En invierno pierde las hojas.
Flores de saúco rojo (Sambucus racemosa). Fuente: stumpfarm.com.
Racimo de frutos de saúco rojo (Sambucus racemosa). Nótese la estructura cónica de la panícula.
Engolasters (Andorra), 2022.
Saúco rojo (Sambucus racemosa) en Encamp (Andorra), 2022.

    El género Sambucus se encuentra en todos los continentes. La historia del hombre ha estado ligada a la del saúco, pues de ellos se obtienen diversas materias primas, desde madera y tintes, hasta remedios para enfermedades. Los frutos del saúco común se pueden utilizar para hacer mermeladas y postres, así como vino y zumos; y las aves aprecian los frutos de todos ellos. El humano antiguo le adjudicó propiedades mágicas (buena y mala suerte) que hoy en día se siguen recordando en algunos lugares recónditos de la Tierra.

Un encuentro desafortunado con la Crataerina hirundinis

    En mayo, ya habían vuelto los aviones comunes (Delichon urbicum) a Gran Bretaña. Una noche (18/5/2014), volvía de dar un paseo cuando encontré un avión en medio de la calle, con la cabeza debajo del ala. La escena no tenía el mejor aspecto, más que nada, porque un avión común en el suelo en medio de la noche, es un avión condenado. 
El animal no presentaba el mejor aspecto, y yo sabía que le quedaban pocas horas de vida.
    Para evitar incidentes, pensé que lo suyo sería dejarlo en un pequeño callejón que comunica el jardín con la calle, así que eso hicimos, aunque con pocas esperanzas... Lo cogí y lo entré a casa para dejarlo en dicho lugar. El avión era consciente de todo, pero no se movía mucho, y tenía los ojos muy abiertos. Lo dejamos en el suelo, pero se me ocurrió que era mejor acercarlo más a la puerta, que tiene una rendija por la cual podía salir y encontrarse con el resto de aviones de la colonia que anida en la casa. Tocarlo fue un error.
    Unos minutos después, un insecto de extraño aspecto me sorprendía bruscamente agarrado a mi mano, aunque yo prácticamente no podía notarlo. Su apariencia no era muy... mmmh... agradable, digámoslo así, así que al verlo ahogué un grito y restregué mi mano contra la colcha (lo primero que vi cerca) para deshacerme de aquel parásito y fui corriendo a lavarme las manos. Después, con una pequeña cajita de plástico transparente, volví en busca de aquella mosca que no recordaba haber visto nunca.
    ¡Qué bicho más raro! Era como una mosca amarillenta, sucia, aplanada, con patas ultradesarrolladas que le daban un leve aspecto arácnido. Las alas estaban reducidas a simples estructuras alargadas semitransparentes, parduscas y brillantes. Dentro de la cajita, se desplazaba rápidamente, como reptando. Era una mosca parásita, concretamente, una Crataerina hirundinis.
Crataerina hirundinis. © Paul Beuk
   Crataerina hirundinis es un ectoparásito, perteneciente a la familia Hippoboscidae (es un díptero, como las moscas normales y corrientes) especializado en aviones comunes por lo general, aunque, en menor medida, también puede atacar a demás hirundínidos y vencejos. Es hematófago, y sus patas están adaptadas a caminar sobre el plumaje de sus huéspedes, a los que se sujetan incluso en vuelo. 
    Al día siguiente, encontré al avión común muerto al otro lado de la puerta, es decir, en la calle, en un rincón. Otra mosca piojo, como se les llama vulgarmente, permanecía sobre el obispillo del pájaro mientras lo observábamos. Creo que fue inevitable expresar algo de repulsión sobre este animal. Lo que más llama la atención es su tamaño con respecto a su víctima. Un avión común, desde la punta del pico a la cola, puede llegar a medir unos 15 cm. La Crataerina no llegaba a un centímetro. Es como si una persona estuviera parasitada por un bicho del tamaño de un buey de mar.
El avión común, ya muerto, con una Crataerina hirundinis todavía sobre él.
    Crataerina hirundinis no pone huevos directamente, sino que, a finales de verano, pare larvas vivas que pupan poco después de nacer dentro del nido de barro de los aviones. Pasan el invierno en forma de crisálida y, con la vuelta de los aviones en primavera, emergen los adultos, y el ciclo continúa. La aparición de los adultos tal vez tenga que ver con el aumento de temperatura en el nido, ya que, no lo olvidéis, las aves también son de sangre caliente. La cópula tiene lugar en el nido.
Crataerina hirundinis
    ¿Habéis tenido alguna vez un encuentro con esta interesante especie de mosca? Si es así, podéis relatar vuestra experiencia en los comentarios.

jueves, 18 de septiembre de 2014

El güertín de güelita, por Ignacio Abella

Entre todos los paraísos perdidos de nuestra niñez, existe uno que ocupa un lugar especial en el recuerdo. En cada casa de cada pueblo, había un pequeño jardín de paisana que pertenecía al universo de nuestros abuelos. Rodeado de un muro de piedra, con su portillo de madera, era la imagen exacta del carácter de la familia. Durante todo el verano, se dejaban sentir los aromas de los alhelíes y los rosales antiguos que se cuidaban con esmero por el simple placer y el orgullo de crear un espacio hermoso y bienoliente. Y el aire se encargaba de pregonar los efluvios, en los días de vientos sur, como si una bendición anduviera merodeando las callejas, entre caserías, cuadras y pajares.

    En aquel espacio mínimo, había un lugar para cada mundo. Allí se cultivaban los crisantemos para honrar a los muertos de la familia en el cementerio, el día de difuntos. Las calas, azucenas y gladiolos se ponían al pie de santos y altares y en la iglesia se colocaban especialmente los días de fiesta. La casa se vestía también con ramilletes de flores y siempre había algún lilar, matricarias o julianas para dar una nota de aroma y color al propio huerto. Por los rincones se mezclaban estas plantas ornamentales, con las culinarias (perejil, menta, orégano…) y medicinales (ruda, salvia, melisa…) y había una hierba para cada cosa: una regla dolorosa, una mala digestión, una gripe o catarro… También había remedios para los animales y plantas útiles para atar (formio), para ahuyentar a los topos (tártago) y para otros mil usos y necesidades.

    Había gente con “mano verde” y había un trasiego continuo de esquejes, plántulas y semillas que se pedían y regalaban entre los vecinos. “Me lo dio de buena mano” se decía si alguien te había dado un plantón y había prendido bien, pues era una señal de que te lo habían dado de corazón. El huerto y sus alrededores eran lugar y objeto de largas conversaciones sobre el tiempo y las témporas y los mil y un trucos para cultivar que incluían un refrán para cada ocasión. “Perejil en mayo para todo el año” se decía para recordar la mejor época de siembra, o “La patata y el pumar quieren ver al paisano marchar”, para indicar que se siembran muy someros (otro día haremos quizá un pequeño compendio del refranero hortelano).

    Siendo muy niño, recuerdo haber desgranado las semillas de caléndula, haber ido al huerto a por perejil o una hoja de laurel o haber pasado horas incontables literalmente en la higuera, comiendo de cuando en cuando los higos que se abrían de puro maduros y estaban señalados por la picada de un pájaro. También recuerdo que había un espacio, junto al pozo, especialmente dedicado a los niños, en el que el abuelo cultivaba unas fresas deliciosas y fragantes que saboreábamos con indescriptible deleite.

    El abuelo tenía también un trocito dedicado al vivero en el que sembraba nueces y manzanos y tenía plantones para hacer los injertos y preparar los arbolillos que irían a formar setos, pomaradas o arboledas. El huerto se extendía de esta forma al paisaje, repoblando y culturizando los montes y los setos que se cerraban con sanjuanines (aligustres), saúcos, espinos albares y otros árboles y arbustos que proporcionaban leña, flores medicinales, frutos, protección, cerramiento…

    Pero antes de nada, este huerto primoroso, tenía la función de alimentar a la familia y siempre había alguna cosecha particularmente generosa. Entonces nos mandaban a los niños con una lechuga, unas ciruelas o una coliflor a la vecina de al lado, o a familiares y amigos que participaban asiduamente de la generosidad de este cuerno de abundancia en el que se practicaban todas las formas conocidas de solidaridad, intercambio, amistad y generosidad. También se usaban todos los restos de la cocina y hasta las malas hierbas para el compost o para dar de comer a conejos, cerdos y gallinas. Ortigas, pamplinas y murajes… todo tenía un uso y un sentido en este verdadero Arca de Noé en el que infinidad de especies se alojaban. Y allí crecía una extraordinaria diversidad de variedades de frutas y de legumbres, con nombres propios y locales, fruto de siglos de sabiduría, selección y cultivo amoroso. Plantas perfectamente adaptadas al lugar y a la cultura… y cada una llevaba consigo todo su bagaje de conocimientos, milenarios quizá, sobre cómo cultivarla, conservarla, cocinarla... Mi madre cuenta que los huertos de su pueblo albergaban toda suerte de frutas de sabores paradisíacos: peras, manzanas, melocotones y abridores (albaricoques), nísperos (el europeo), pomas, ciruelos, cerezos y guindos, nogales, avellanos, vides y parras de moscatel, olivos… Tan sólo en cuestión de peras, podían contarse un sinfín de variedades que maduraban desde San Juan hasta el invierno y que se consumían crudas o en compota o se conservaban largo tiempo en los desvanes, según la clase. Lo mismo podía decirse de las verduras: cardos, borrajas y acelgas, ajos, alcachofas y vainas… y otras incontables; y aunque apenas llegamos a vislumbrar aquel momento álgido de nuestra cultura, aún hemos llegado a probar los sabores inenarrables de los racimos maduros de la antigua parra de la casa. Que yo sepa, nunca en el mundo entero ha existido ni existirá un sabor tan sublime.

    Y en el mismo huerto se cierran magistralmente los círculos, cuando dejamos florecer las más hermosas cebollas, berzas o lechugas, las más grandes y sanas, para obtener las semillas con las que volver a empezar, o cuando recogemos y revelamos los secretos de jardinero que van pasando de generación en generación, a través de una larga cadena que se remonta a un tiempo inmemorial.

    Es difícil explicar cómo en un espacio tan pequeño puede crecer tanta inteligencia y tanta cultura, tanta intensidad de gestos, nombres, significados, alimentos y medicinas, símbolos y ornamentos… Como un agujero blanco, el pequeño huerto es capaz de alimentar todos los universos, de irradiar en todas las direcciones elementos nutricios que atañen al cuerpo, la mente y el alma. Y aunque hayamos perdido una gran parte de esta tradición, siempre estamos a tiempo de recrear esa cultura en la que los paisanos aprendemos a hacernos cargo de nosotros mismos, cuidando al mismo tiempo nuestra salud y la de nuestros hijos. Practicando la economía cabal y la dignidad de vivir en un planeta que nos requiere el regreso a la tierra por todos los caminos posibles. Decía Gandhi que nuestro mundo es suficientemente grande para satisfacer las necesidades de todos, pero demasiado pequeño para saciar la ambición de unos pocos. En el güertín de güelita se ha venido demostrando este hecho durante siglos y generaciones incontables.


Escrito por Ignacio Abella, el cronista de árboles, en El Correo del Sol.

jueves, 28 de agosto de 2014

Una tarde en la Laguna de Ontalafia

Sympetrum fonscolombii
    Después de casi un mes sin publicar nada, vuelvo a las andadas. El verano se me está pasando rápido aunque con pocas salidas al campo, así que eso se traduce en pocas entradas. Hoy, sin embargo, hemos salido unos amigos y yo, y nos hemos dado un paseo por la zona de Ontalafia, a ver qué veíamos. 
    Tras atravesar las planicies de campos de cultivo, olivares, pinos y encinas dispersos, ya tarde, hemos llegado a la aldea de Abuzaderas, que lleva a la zona de la laguna. Este año, a pesar de las trombas dispersas, ha sido bastante seco, y sobre todo este mes de agosto, así que el nivel de la laguna ha bajado bastante, con lo que las aves quedaban bastante lejos. Con los prismáticos hemos conseguido divisar anátidas, fochas (Fulica atra), tres aguiluchos laguneros occidentales (Circus aeruginosus), garzas reales (Ardea cinerea) y garcetas. A esta laguna es recomendable ir equipado con un buen telescopio. Lo que más me ha llamado la atención ha sido la cantidad de libélulas que volaban.
Dardo rojo (Sympetrum sp.), con alas deterioradas.
    Me ha llamado especialmente la atención una especie tipo Aeshna, que volaban a toda velocidad, y muy agresivamente, se empujaban en el aire, enzarzándose en pequeñas luchas y persiguiéndose. Volaban entre las retamas de olor muy ruidosamente, haciendo vuelos de exhibición.
    En el camino, hemos descubierto el cadáver de una pequeña culebra viperina (Natrix maura) atropellado. El ejemplar medía unos 20 cm. y debía de llevar un día y pico muerto.
Culebra viperina (Natrix maura).
    Las masas boscosas (de aspecto más o menos natural) que crecen en las zonas visibles de las fincas en torno a la laguna de Ontalafia son de interés. En particular, por sus grandes ejemplares de pino carrasco (Pinus halepensis), que adoptan esa estructura globosa típica de los individuos añosos, asemejándose a los pinos piñoneros (Pinus pinea), que también crecen por la zona, por el aspecto de paraguas que presentan. En estos pinares en los que también se alternan zonas vestigiales de encinar, abunda el sotobosque de romeros, jaras y enebros, según he podido ver a través de la valla.
Ejemplares añosos de pino carrasco (Pinus halepensis).
Pinos piñoneros (Pinus pinea).
Interior del pinar.
Una encina (Quercus ilex) solitaria, ya llena de verdes bellotas.
    Sobre nosotros, una enorme nube de vencejos en el cielo del atardecer se ponían ciegos de mosquitos, mientras los mosquitos se ponían ciegos a nuestra costa. He visto moscas salteadoras al acecho de moscas y libélulas con pequeños insectos atrapados entre las patas. Y de repente, allí, a lo lejos, muy alto en el cielo, dos sombras afiladas de halcón veloz nos han llamado la atención. Volaban en amplios círculos sobre las nubes de mosquitos. Uno de los halconcitos, muy oscuro, nos ha hecho pensar que se trataba de dos halcones de Eleonor (Falco eleonorae). Su porte, más grande y menos "vencejoide", la manera de volar y lo oscuro del otro ejemplar, nos obligan a identificarlos como halcones de Eleonor y no como alcotanes. #ACTUALIZACIÓN: en Facebook, un grupo se inclina a pensar que se trata de alcotán (Falco subbuteo). A pesar de eso, no se explica la presencia del otro ejemplar, de morfo más oscuro, como grisáceo oscuro, del que no pudimos obtener fotografías por estar lejos del alcance de nuestras cámaras. Lo dejaremos en misterio, supongo.
El ejemplar de alcotán, anteriormente indentificado como halcón de Eleonor (Falco eleonorae). Foto de Rafa Torralba.
El mismo que el anterior.
    Tras tan agradable observación, nos dirigimos de vuelta al coche, no sin antes deleitarnos con el vuelo de unas garzas reales y las nubes que se posaban tras de la sierra que vigila la laguna de Ontalafia.


miércoles, 23 de julio de 2014

Paseo nocturno por la Sierra de Chinchilla

    Tras las experiencias arácnidas que tuvimos en Yeste, el sábado por la noche, unos amigos y yo nos habíamos quedado con ganas de más y se nos ocurrió que un buen sitio para recopilar citas de licósidos podría ser la Sierra de Chinchilla. Así que, una vez más, cargados de cámaras y frontales, nos acercamos a este lugar y nos pusimos manos a la obra. El tiempo no nos acompañaba, la temperatura era inferior a la de otras noches veraniegas y además el viento soplaba incansablemente. 
    Hicimos una ruta de unos 5 km, desde una zona de barbacoas nos internamos en la Sierra, pasando cerca del cuco (construcción característica de la zona de La Mancha que consiste en una gran estructura cónica de piedras y una pequeña entrada que se utilizaba antiguamente como refugio para pastores o determinados tipos de ganado o para guardar aperos de labranza, también se conocen como 'chozos', 'cubillos' o 'bombos manchegos'), atravesando el páramo reseco debido a la sobreexplotación agrícola y ganadera de la zona, y acabamos en la plantación de pinos, desde donde volvimos a las barbacoas. En esa ruta circular nos dio tiempo a observar diversas especies de invertebrados interesantes que solo se pueden ver a medianoche. A pesar de que parecía que iba a llover (luego no llovió ná), no vimos ningún sapo y los únicos vertebrados que vimso fueron algunos conejos, aláudidos que salían volando desde los bordes de algunos caminos y palomas torcaces que salían despavoridas de algunas copas de pinos a nuestro paso.
  Yo ya había visto alguna araña lobo anteriormente en el lugar, como podéis ver en esta entrada, pero sospechábamos que, por las características del terreno y el sitio, sería fácil encontrar bastantes si nos dábamos un paseo por la noche. El método que utilizamos para localizar a los especímenes fue el de avistamiento por brillo de ojos. Los licósidos no son arañas que construyen tela, todo lo contrario: estas se van de caza. Para ello precisan de unos ojos que las ayuden a moverse en terrenos pedregosos a veces en completa oscuridad en busca de sus presas. Como muchas arañas, poseen ocho ojos, pero dos de ellos son descomunales comparados con los otros seis. Al enfocarles con un haz de luz en plena oscuridad, estos ojos la reflejan, como los animales que se ven en las carreteras de noche. El brillo de sus ojos solo lo ve el que dirige el haz de luz, o sea, el que, en este caso, lleva el frontal. 
    Observamos muchos individuos de Lycosa hispanica y Hogna radiata jóvenes, pero también algunos otros adultos descomunales. Nos llamó la atención este hecho, ya que en Yeste prácticamente todas eran grandes, sin individuos jóvenes o de menor tamaño. 
Lycosa hispanica, ejemplar hembra de gran tamaño.
Lycosa hispanica
Hogna radiata
    Fue inevitable detenernos a observar otros artrópodos, no solo arañas lobo, que también nos llamaron la atención. Uno de ellos fue una hembra de luciérnaga, concretamente de la especie Nyctophila reichii. Recuerdo, hace bastantes años ya, encontrarme una larva de luciérnaga en un jardín de Chinchilla, pero no había tenido la oportunidad de observar ninguna más; además, esta era una hembra iluminando. Una pasada. La sorprendió Rafa agarrada a una brizna de hierba, iluminando tenuemente con ese característico resplandor verdoso. Me llamó la atención que, a pesar de las fuertes ráfagas de viento que soplaban en el momento de la observación, la luciérnaga seguía emitiendo luz.
Nyctophila reichii
    Otro coleóptero que vimos varias veces fue el escarabajo Blaps, probablemente B. gigas o lusitanica. Los encontramos en medio de caminos o en zonas sin vegetación, con la cabeza inclinada al suelo. Alguien nos dijo que un estudioso de los tenebriónidos (familia de escarabajos a la que los Blaps pertenecen) le había contado que, en el desierto, algunas especies adoptan esta posición para que, al llover, el agua les resbale por el exoesqueleto hacia la boca. En Internet también leímos que esto es una postura defensiva: levantan la parte posterior del abdomen para que las glándulas que expelen un líquido desagradable queden más cerca de los posibles depredadores. Personalmente, me parece más razonable la primera opción, ya que: 1) avistábamos a los ejemplares en dicha posición desde lejos, a unos metros antes de llegar a ellos, y observábamos que ya se encontraban así antes de acercarnos nosotros, y 2) el cielo amenazaba tormenta, aunque al final no cayó nada. Estos escarabajos son comunes en la sierra y muchos aparecen ahogados en abrevaderos con fines cinegéticos.
Blaps sp
    En otra zona descubrimos un macho de chinche adornada (Eurydema ornatum), un bonito y minúsculo insecto que parece hecho de porcelana. 
Eurydema ornatum, ejemplar macho.
    También vimos un adulto de hormiga león (Myrmeleon cf formicarius) posado en una ramilla. La abundancia de pequeños rodales de arena en esta sierra favorecen su proliferación.
Myrmeleon sp
    Entre cada observación de una especie de insecto, se producían tres o cuatro de arañas lobo. Dirigí a mis amigos a una hondonada que he visitado varias veces donde, bajo una piedra enorme, encontramos dos nidos de Uroctea durandi, una araña mediterránea de característica forma. El abdomen, pentagonal y negro aterciopelado, posee cinco puntos amarillos, uno en cada vértice. Uno de los puntos, el de la parte posterior, en ocasiones es casi inexistente. Construyen un nido en forma de bolsa aplanada desde el cual atrapan a sus presas.
Uroctea durandi
    Ya casi de vuelta, otro arácnido nuevo: los ojillos de una pequeña Drassodes brillaron en medio de un camino, y hacia ella nos dirigimos para verla y fotografiarla.
Drassodes sp.
    Ya quedaban pocos metros para llegar al coche, pero seguían apareciendo animales en medio del sendero. El que faltaba, además, ya que no podíamos marcharnos de la Sierra sin verlo: el solífugo (Gluvia dorsalis), viejo conocido en este blog.
Gluvia dorsalis
   Los demás se quedaron fotografiándolo, mientras yo me dirigía a una zona bajo los pinos donde brillaron unos ojos de araña. Era una Hogna radiata que parecía mirarnos desde allí, como si tramase algo. Al enfocarla con el frontal, dio la casualidad de que una mosca se acercó a la luz caminando sobre las acículas de pino. En aquel momento supe que podría presenciar algo muy interesante: la cacería de una Hogna en su medio natural. La Hogna lo notó e intentó capturarla, sin éxito, porque la mosca era mucho menor y caminaba por debajo de las acículas y luego volvía a salir por otro lado. Unos segundos después, la mosca revolotéo muy cerca de la araña, y ésta levantó sus dos pares de patas delanteras, agarrándola en el aire con las patas, los pedipalpos y los quelíceros. Acto seguido, se dio la vuelta y se fue corriendo, deteniéndose un momento antes de irse, como sin saber qué hacer o como sin creerse que ya había conseguido una cena. Llamé a mis amigos antes de que la araña se escondiera, pero fue demasiado tarde.
    El último animal que vimos fue un centípedo (y ahora que escribo esta palabra, me sorprende que no viéramos ninguna Scolopendra, sabiendo lo que abundan en la zona), una escutígera o ciempiés casero (Scutigera coleoptrata).
Scutigera coleoptrata