sábado, 24 de septiembre de 2011

A la orilla del Júcar

El Otoño. El Otoño obliga al bosque a entregar lo mejor de sí mismo: aparecen los frutos rojos, las moras, los anaranjados escaramujos; crecen tesoros en forma de hongos, caen las hojas como de pergamino, las aves migradoras sobrevuelan la Península y se van y, sin embargo, otras vienen a descansar, a invernar. El Verano, por su parte, todavía descansa en las herbáceas orillas del Júcar, donde los chopos y las higueras mecen sus ramas al son del borboteo del agua cristalina que allana La Manchuela.
Aunque no lo parezca... es Albacete.
En la orilla, algunos pececillos relucientes (¡¡¡GAMBUSIAS INVASORAS!!!) se agrupan curiosos ante mi presencia, inquietos, mientras una culebra viperina (Natrix maura) de un color marrón pajizo ondea hacia ellos. Es una culebrilla delgada que nada con estilo. Nunca había visto una culebra viperina. ¡Qué ilusión me hace verla ondear sobre el lecho de guijarros! ¡Qué arte para nadar! ¡Qué estilo! ¡Cómo baila! El ofidio se desliza ante mis ojos y se esconde entre unos carrizos, junto a los peces, nada entre ellos en armonía y desaparece bajo la hierba. Los pájaros, como los papamoscas cerrojillos que se esconden en los ramajes de una higuera cercana, llenan el aire todavía frío de la mañana con sus cantos. El agua fluye sin cesar, reluciente.
-Pic. Pic. Wic, wic, wic, wic. Pic. Pic. -dice el papamoscas a lo lejos.
-Currrrruc. -le contesta una polla de agua que no consigo descubrir. El graznido resuena a través del túnel del río.
La margen del río es el reino de las hierbas y los insectos. Muchos caballitos del diablo, de color azul iridiscente, encuentran pareja sobre el bullir del agua. Diviso varias especies, algunos parecen agujas celestes y frágiles, como de cristal de Murano.
Sobre unas hojas de enredadera, unas jóvenes chinches pirrocóridas se apretujan. 
Sobre una alta hierba, dos ejemplares de langosta egipcia (Anacridium aegyptiacum) calientan sus membranosos cuerpos a la luz del sol mañanero que ilumina el recodo, y una oruga peluda se estira hacia el cielo.
En el camino que baja a la ribera, hay un rosal silvestre repleto de escaramujos grandes y relucientes, hinchados y naranjas.
Las mariposas de la col siguen añadiendo su pálida presencia a nuestros campos. Con las alas rotas, incluso una frágil mariposa es capaz de volar.

El agua sigue fluyendo, las mariposas sobrevuelan las últimas flores del verano y los pájaros llenan el cielo valdeanguero de cantos forestales.

viernes, 16 de septiembre de 2011

El búho que quería aprender

No hace muchos días, en Albacete, me encontré con una profesora de mi (ex)instituto, donde me he formado durante estos dos últimos años. Ella me dio la noticia: un búho/lechuza se había instalado en uno de los plátanos que, como dos centinelas, vigilan la entrada de los profesores, y allí se pasaba el día durmiendo. Lo habían descubierto, se conoce, gracias a las egagrópilas que había esparcidas por el suelo. Supongo que sabréis qué es una egagrópila, pero para quien no lo sepa, lo explicaré: una egagrópila es una bolita de restos indigeribles (como huesos, pelos, espinas, etc.) que algunas aves regurgitan. Sin embargo, cuando yo he llegado, esta tarde, junto a uno de los dos árboles que tantas veces llegué a admirar mientras observaba la calle desde la clase de Francés, no había ninguna egagrópila. Una lástima, me habría gustado analizar alguna.
Ahí, entre las hojas del árbol de la izquierda...
Al animal, se conoce, le ha gustado el lugar. El pobre quería entrar al instituto para aprender, pero al ver el revuelo que se ha montado con los recortes y las añadiduras de horas, ha preferido quedarse en las puertas del centro. En fin, fuera bromas. Cuando he intentado vislumbrarlo, me han indicado el sitio donde se supone que utiliza de posadero durante el día, y allí... parecía que... ah no, era sólo un montón de hojas secas. ¡Espera! ¡Ahí está! En efecto, un búho chico (Asio otus) (me habían dicho que podría ser un búho real (Bubo bubo), pero lo dudé mucho, más normal era un búho chico, ¿no?) me miraba con ojos vidriosos. Me he puesto debajo de él y me ha seguido con la mirada... ese búho mágico que ha tenido la buena idea de instalarse en ese árbol justo el año en que yo me voy del instituto, del bachillerato, de la ciudad. Era un ave maravillosa y extraña, y aunque conocía su presencia gracias a plumas que he encontrado en algunos sitios, nunca había llegado a verlo en libertad. Porque es este un estrígido que ha querido intentar aprender y se ha quedado a las puertas de la enseñanza. Al comentarles que hay un búho tan cerca de nosotros, algunos se sorprenden: "¡Pensaba que vivían más en bosques y campos que en ciudades!". Yo también. Pero ahí está la prueba. Hay jardines y parques cerca, quizás busque ahí su comida, o incluso puede que haya micromamíferos más cerca, en el patio. Estos son los ciudadanos invisibles, los ciudadanos sin voz, que sufren el ruido y la contaminación tanto o más que nosotros. Siempre digo que tenemos más de lo que vemos, y que no sabemos lo que tenemos porque no sabemos verlo, miramos sin ver y a veces, la Naturaleza nos sorprende con imágenes como éstas, que podemos encontrar si sabemos mirar y escuchar con atención:




domingo, 11 de septiembre de 2011

El bosque completo

Siguiendo con el tema del que hablé en la entrada anterior, mostraré aquí una foto del bosque tipo del Parque Natural de los Calares del Río Mundo y de la Sima (Albacete), donde pasé el día ayer. Es este un bosque auténtico, hay algunas repoblaciones, de pino laricio y carrasco; si bien una zona que sufrió un incendio comienza a recuperarse, y los pinos ya crecen fuertes y sanos.  En mi crítica a las repoblaciones de la segunda mitad del siglo XX, diré lo siguiente: estoy a favor en parte, ya que estoy de acuerdo con que los bosques en general ofrecen refugio a decenas de animales, pero ¿acaso no sería mejor si esas reforestaciones tuviesen un sotobosque estable y bien formado, que ofreciese no sólo refugio, sino también alimento a las criaturas que viven en la floresta? El hombre, con su poder regenerador (cuando quiere, y aunque deba, no quiere), puede volver a plantar los arbustos endémicos de las zonas en las que faltan. Nuestra misión en el mundo, como humanos y guardianes de la Tierra, es la de mantener la biodiversidad, la estabilidad natural; pero algo falla y parece que no hacemos los deberes. 
En la fotografía de este 'bosque tipo', observamos el típico perfil del bosque mediterráneo:
1. Encina (Quercus ilex)
2. Enebro de la miera (Juniperus oxycedrus)
3. Pino salgareño, negral o laricio (Pinus nigra)
4. Quejigo (Quercus faginea)
5. Hierbas primaverales y estivales, gramíneas
6. Romero (Rosmarinus officinalis)
7. Cardos (Eryngium campestre)
A pesar de que en la foto no encontramos una amplia muestra, es más que suficiente. En otras zonas también encontramos rosales silvestres, espinos albares, zarzaparillas, zarzamoras, fresnos, nogales y vides, esenciales para alimentar a los mamíferos y a las aves que componen la unidad del bosque. En el Cerro de San Cristóbal, al tratarse de un bosque bastante mal gestionado, no encontramos encinas, quejigos, ni romeros, aunque aparecen enebros de forma demasiado dispersa.
En las laderas cercanas al río Tus, pude observar arrendajos, infinidad de especies de pájaros, gran variedad de insectos, plantas, flores, etc. En las altas laderas rocosas, se veían los restos blanquecinos de excrementos que, como cascadas, caían desde los nidos de las rapaces.
Quisiéramos gestionar bien los bosques que una vez intentamos recuperar, y para ello debemos tomar ejemplo de los bosques naturales, de los bosques salvajes. No pretendo que creemos un bosque perfecto perfectísimo, sino que animo a la especie humana a repoblar el mundo de forma que ayudemos a la Naturaleza para que, llegado un determinado momento, pueda regenerarse a sí misma.
Magnífica encina en la zona cercana a Tus
Quejigo (Quercus faginea)
Río Tus