sábado, 19 de noviembre de 2011

El espino albar



"[...] De ella nació un rosal blanco,
de él nació un espino albar;
crece el uno, crece el otro,
los dos se van a juntar.
La reina, llena de envidia,
a ambos los mandó arrancar;
El zagal que los cortaba

no dejaba de llorar.
De ella naciera una garza,
de él un fuerte gavilán,

juntos se van por el cielo,
juntos se van a posar."
(Romance del Conde Olinos)

* * * * *
¡Por fin puedo publicar! Llevo varios días con problemas con el blog, no podía publicar entradas bien; al final he descubierto que se debía a un plug-in que tenía instalado: "Troll Emoticons". ¡Me estaban trolleando! Y tengo varias cosas publicables (decid esta palabra exagerando un acento catalán inventado, os reiréis) acumuladas. Bueno, solucionado el problema, vayamos al tema.
Desde principios de otoño podemos disfrutar de los frutos del espino albar (Crataegus monogyna). Esta mañana, por casualidad, en una caminata, me he encontrado, en un campo abandonado cercano a La Pulgosa, unos cuantos arbustos, no muy altos, pero repletos de rojos fructus crataegi.
Los frutos de este árbol o arbusto caducifolio son consumidos desde tiempos prehistóricos y la fructificación otoñal atrae innumerables especies de pájaros. Como el saúco, es planta de gentes celtas, ya que el majuelo representa el hogar de las hadas y es una puerta al mundo de los espíritus. Los frutos, que maduran en septiembre, permanecen en las ramas durante todo el invierno, y se les conoce como "majuelas" o "manzanitas de pastor". El espino albar o majuelo crece en laderas con herbazales anuales, formando setos intrincados en los claros y lindes de bosques, hasta los 1800 m de altitud. Gusta de los suelos frescos y arcillosos, nutritivos, aunque tolera los pobres y pedregosos. 
Folium crataegi
En la Península Ibérica contamos con varias especies de Crataegus, como C. acerolus, el acerolo, originario de Creta y cultivado desde tiempos remotos, también se cultiva en algunas zonas. En el sureste peninsular también aparece C. laciniata, de vellosas hojas; C. oxyacantha aparece en el  País Vasco y se hibrida con C. monogyna.
El espino albar es conocido por sus poderes curativos, regula la tensión arterial y se utilizan las flores para tratamientos del aparato circulatorio. Las hojas tiernas y las flores antes de abrirse son comestibles en una buena ensalada. Es antiespasmódico y tranquilizante y eficaz en caso de insomnio de origen nervioso. Los frutos se pueden tomar en infusión (no recuerdo si también se puede hacer mermelada con ellos, pero creo que sí) y tienen un elevado contenido en vitamina C.

martes, 1 de noviembre de 2011

El otoño en el pinar

Una pequeña seta crece en el claro del bosque,
guarecida al lado de una gran piedra en la
ladera de una colina.
En el bosque mediterráneo, y especialmente en aquel formado principalmente por pinos y coscojares, el Otoño pasa como una sombra sin que los humanos lo noten a simple vista. Al contrario que en los hayedos, robledales y otros bosques de árboles de hoja plana de la mitad norte de la Península, los pinos no cambian de color. No se les caen las hojas, obviamente. Por eso, para el ojo no acostumbrado a los pequeños cambios de la Naturaleza, el pinar otoñal no supone un espectáculo visual. Para vislumbrar la capa marrón del Otoño en el pinar, hay que mirar el suelo y los arbustos...

No hay nada mejor para un próspero Otoño que una buena lluvia en Septiembre. Por desgracia, no la ha habido, así que tenemos que conformarnos con los chaparrones de Octubre y Noviembre, algo tardíos, si bien las últimas tormentas han cargado las plantas del matorral mediterráneo y el bosque luce esplendoroso, como si los árboles se encontrasen henchidos de líquido vital. Se dice en mi zona que esas lluvias de finales de Verano reviven los hongos que abrazan la tierra, y por eso las setas crecen abundantes en los Otoños verdaderos.

    A lo que iba: como en el pinar es difícil ver cambios importantes a simple vista, hemos de observar el suelo para darnos cuenta de en qué época del año estamos. Aunque las lluvias de las que os he hablado no lleguen a tiempo, el frío y la humedad propias del Otoño empujarán la fuerza del bosque y alguna seta que otra aparecerá. Algunos brotes de Lithodora fruticosa sobresalen en los roquedos cubiertos de agujas de pino. La humedad hace que los musgos reverdezcan y parezcan esponjas de elfo, incluso las rocas que sobresalen en las cumbres parecen de otro color. Hay una niebla siniestra entre las copas de los árboles y las aves migratorias que todavía llegan de Centroeuropa se instalan en los ramajes del pino carrasco. El colirrojo tizón (Phoenicurus ochruros) es una de estas aves. El otro día, en la salida en la que se inspira esta entrada, estuve con unos colirrojos que me deleitaron con sus revoloteos alegres, se elevaban a toda velocidad, agitando las alas, hacia arriba, y hacían giros bruscos para posarse en una roca cercana. Había tres individuos: un macho y dos hembras. El macho tiene la cara y el pecho negro tizón, y la cola, pardorrojiza. Las hembras son más pardogrisáceas. Originariamente, el colirrojo tizón vivía en roquedos y zonas con peñascos y laderas, pero en la actualidad también se le encuentra en parques y jardines y en muros, en lugares cercanos al hombre.
Carbonero garrapinos (Parus ater)
    En mi pueblo, desde la ventana, a veces veo ejemplares solitarios tomando el sol en el viejo tejado de la casa de enfrente. Mientras las hembras jugueteaban en aquella ladera repleta de tomillo, el macho nos observaba (a ellas y a mí) desde la roca, con ojo sabio. De repente, un pajarillo nos sobrevoló a toda velocidad, hasta posarse en la punta de un pino carrasco cercano. Era un precioso carbonero garrapinos (Parus ater), que se detuvo a picotear las yemas del árbol, en busca de pequeños insectos. Nunca había visto uno. Vi correr un conejo de tiesas orejas a esconderse en su madriguera. La zona donde observé todos estos seres no era muy extensa, pero, sin duda, un simple bosquecillo reforestado puede mostrar un nivel natural de cierta calidad sin necesidad de utilizar artefactos caros. Gracias a la poca experiencia que he conseguido hasta ahora, me he dado cuenta de que, sentándome en una gran roca, bajo un árbol, a la espera de ver qué aparece, es un pasatiempo natural de lo más entretenido. Dependiendo de qué momento del día estemos hablando aparecerán unos animales y desaparecerán otros. Es como una muestra de los seres más típicos y fácilmente observables del bosque.
Los musgos yacen henchidos de humedad. Quizá debería haber algún que otro sombrerete de Suillus por ahí...

Y en la mañana grisácea sólo se oía el susurro de los pinos que sonaba.