domingo, 30 de septiembre de 2012

Segunda primavera para los anfibios albaceteños

    Antes de la llegada del frío y las lluvias otoñales, tan esperadas siempre, mis padres se ocuparon de traer leña seca. No sería la primera vez que meto leña en la chimenea y empieza aquello hervir y a humear como un goshver. Mientras colocaba en orden la leña cortada hace poco, me he puesto a pensar en cómo ha afectado la lluvia a los campos, y en especial al pinar de mi pueblo, que prácticamente moría de sed. En quienes más me ha dado por pensar ha sido en los anfibios y en las plantas. Las plantas, bueno, pueden resistir, pues muchas semillas están adaptadas a la sequedad del verano mediterráneo; pero los anfibios... me preocupaban un poco, la verdad.
Sapo corredor cerca de Chinchilla (Epidalea calamita)
   Pero nada, menuda alegría. Las lluvias, como cuenta Anzaga en su blog, son aprovechadas por los anfibios para dispersarse, para ir en busca de nuevas masas de agua que verán en poco tiempo nuevas generaciones de anuros y urodelos.
   Pero es que hoy, en el paseo que me he dado por la Sierra de Chinchilla y en la vuelta a mi casa, por la carretera, he contado 8 sapos, algo que no me había pasado nunca. Incluso los sapillos moteados (Pelodytes punctatus), que habrán llegado desde no se sabe dónde a una charca artificial, ya estaban uniéndose en amplexo; qué gusto, qué placer, volver a ver el campo bullir de vida después de la sequía.
Acoplamiento lumbar de sapillos
moteados
(Pelodytes punctatus) bajo el agua
    El sapillo moteado se reproduce en aguas tranquilas como charcas, balsas, e incluso (algo que me llama mucho la atención, porque no lo sabía) en cuevas, donde parece encontrarse bastante a gusto. Excepto en la época de celo, al igual que muchos otros "sapos", es marcadamente terrestre. Durante el día se oculta en agujeros, grietas y bajo piedras.
La única charca que he visitado ya estaba siendo poblada por estos pelodítidos, y los sapos parteros y corredores ya estaban llegando... Esto empieza a animarse. ¡Si es que cuatro días de lluvia dan pa' mucho!



    Qué alegría. Los sapos corredores que vienen en camino, de momento, se escondían bajo rocas y troncos, esperando la llegada de la humedad (y eso que incluso de día ya empieza a haber bastante) nocturna para desplazarse.
Sapo corredor guareciéndose durante el día.
     Todavía hay mucha gente que se extraña de que haya anfibios que se alejan del agua y que solo la buscan para reproducirse. Pero lo cierto es que una buena lluvia a tiempo, al contrario de lo que ocurrió el año pasado, es muy beneficiosa para los anfibios. Las charcas se vuelven a llenar, las semillas del verano comienzan a brotan y ofrecerán alimento a pequeños insectos herbívoros que podrán resistir el invierno mesetario.
    Los anfibios se enfrentan, durante esta época lluviosa, a peligros que escapan a la imaginación de su mente arcaica, y a ellos me he referido en varias entradas ya:  las carreteras. Muchas carreteras atraviesan vías de desplazamiento de anfibios y, por suerte, esta noche mi madre ha sido lo suficiente precavida para ir esquivando a los pobres sapos corredores, que, como señores vestidos con una fría tela estampada con los colores del suelo del bosque, permanecían quietos, muy cargados de razón, sentados en el asfalto húmedo. Pero claro, no todos son como mi madre. He visto varias imágenes desagradables a la luz de los faros del coche. Sapos espachurrados por doquier lloraban sus jugos al cielo del moribundo septiembre. ¿Cuántas vidas anfibias se habrán de cobrar las carreteras durante las noches con más desplazamientos de sapos? Hay mucha gente a la que le importa un comino la mísera vida (y eso de mísera, lo dudo) de un sapo o de un gallipato y prefieren ir más rápido con el coche y no esquivar estos animales, que, por otro lado, cuesta bastante verlos en el suelo durante la noche, ya que si están quietos, desde lejos parecen piedras. Pero a mí sí me importan sus vidas y disfruto  mucho (pero sé que más gente también lo hace) observando a estos animales de costumbres tan interesantes. Tal vez la planificación de las redes de carreteras debiera tener algún arreglo para evitar tantas muertes, no sólo de anfibios sino también de aves, reptiles y mamíferos; ya sé que hay muchas que las tienen, pero todavía hay muertes indeseadas (un momento, ¿acaso alguna muerte lo es?).
Este hermoso ejemplar de sapo corredor cruza una carretera albaceteña una fría noche de finales de septiembre. En cuanto me lo encuentro, me bajo del coche y lo aparto. No sé si volverá a cruzar el asfalto, no quiero creer que lo hará, pero es tan fácil que vuelva sobre sus pasos...

¡Por cierto! Se nota que he cambiado de cámara, ¿eh? ;-)

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Los quebrantahuesos sobrevuelan los páramos

Arriba, Blimunda la quebrantahuesos. Abajo, pero más
alto, un buitre leonado.
Una sombra alargada recorre el suelo rocoso, cubierto de erináceas, de los inmensos Campos de Hernán Perea, la altiplanicie más alta de la Península Ibérica. A más de 1600 metros, la sombra se desplaza lentamente, dando rodeos. Al mirar arriba, descubrimos una figura un tanto siniestra. El joven quebrantahuesos está ahí. Su silueta vuelve a las altas montañas del Sur de España. Gracias a la insistencia de los colaboradores y voluntarios en los programas de reintroducción de esta especie, llevadas a cabo por la Fundación Gypaetus, el quebrantahuesos consigue poco a poco recobrar sus antiguos territorios perdidos. 
  Junto a un grupo de buitres leonados, Blimunda la Quebrantahuesos planea en lo azul, sobre las lomas y las colinas fracturadas por el hielo, el agua y el viento. De pronto, otra silueta se acerca a la nube de buitres, un águila real planea a una distancia prudente del grupo. A lo lejos, los pinos negros, erguidos como antiguas torres de la montaña, son presentes en la distancia del momento en que los grandes carroñeros de Iberia nos sobrevuelan. Reunidos todos allí, los buitres curiosos en lo alto, que se acercan a mirar, y los observadores de aves abajo, el tiempo pasa rápidamente. Antes de que nos hayamos dado cuenta, el grupo de carroñeras se pierde en la distancia, entre el lío de doradas lomas, cumbres y colinas.
    Seguimos nuestro camino, sin darnos cuenta de los cernícalos que observan los coches desde la distancia. Aquellos campos son la cosa más grande que he visto en mi vida. Ahí te das cuenta de lo pequeño que eres. No hay prácticamente árboles, algunos pinos negros, que de lejos recuerdan a las araucarias chilenas, coronan las cumbres lejanas, y con suerte, encontramos espinos albares adaptados a las duras alturas del páramo. Me llama la atención una mata, espinosa, con frutos azulados, con la forma de un miniescaramujo; al principio pensé que era un endrino, pero no le saqué fotos ni tomé ninguna muestra, así que ni idea; me quedo sin saberlo de momento.
    Los paisajes más espectaculares que he visto hasta ahora están ahí. "¡Pues no hay pocos en toda Iberia!" diréis. Pero, vaya, esperaos, ¡que mi trayectoria todavía es corta! Todo es grande, inmenso, inconmensurable, desmesurado. Me dio por pensar que si alguien acababa mal ahí... pronto sería comida de buitres.
Quebrantahuesos joven. Últimamente he hecho varios retratos de rapaces exagerando mucho los bordes con pluma o rotuladores y me he dado cuenta de que no quedan tan mal, el resultado no me desagrada. 
    Con cámara nueva (¡y encima réflex!) y sin haber tenido tiempo de practicar con ella, muchas fotos salieron de aquella manera, pero mejor de lo que esperaba. Lo bueno era que cada vez que los buitres sentían cerca gente, se acercaban a curiosear y nos pasaban por encima a baja altura. El sonido de las cámaras disparando fotos invadía el ambiente y lo cierto es que cuando los veías alejarse y coger altura, al menos a mí, se me quedaba una especie de sensación de soledad.

Buitres leonados (Gyps fulvus)

Quebrantahuesos (Gypaetus barbatus)

  La majestuosidad de las rapaces en vuelo tiene todo lo salvaje del monte mediterráneo ibérico. Sin
embargo, la persecución de las "alimañas" en España durante los siglos XIX y XX tuvo especial repercusión en el quebrantahuesos. La última vez que fue visto en Andalucía en libertad fue en 1987.
Los páramos muestran algunas rocas madre fracturadas por efecto de la gelifracción. Aquí la nieve en invierno es un
inconveniente bastante desagradable, en especial para los que se dedican al pastoreo por esta zona. 
Aparte de buitres y águilas, esta es tierra de reptiles e invertebrados. Aprovechando la ocasión, nos pusimos en busca de ofidios y eslizones, y estuvimos unos minutos levantando piedras que engañaban, pues muchas eran la propia roca madre que sobresalía sobre la tierra. Una de las veces que levanté una piedra plana, encontré un arácnido rechoncho y negro que correteó un momento para esconderse nuevamente. Al primer golpe de vista me pareció una Uroctea durandi, como le comenté a Luis Juan González, pero luego vi que se trataba de una gran hembra de Eresus, la especie todavía no la sé, no tengo el libro de arácnidos a mano, habrá que esperar...

domingo, 23 de septiembre de 2012

¡Bienvenido, Otoño!

    Parece que fue ayer cuando volviste de nuevo a alegrar nuestros bosques de hoja caduca con los rojos, los dorados y los anaranjados de tu manto.
¿Qué mejor manera de comenzar mi estación favorita del año con los carroñeros del monte mediterráneo?

Ayer tuve una experiencia de lo más gratificante, junto con algunos otros miembros de la SAO, que ya iré relatando en sucesivas entradas. Sólo quiero decir que me dio para varias entradas y no vimos buitres leonados únicamente...

miércoles, 5 de septiembre de 2012

¡Migración otoñal! Llegan los carambolos

     Llevaba un tiempo deseando encontrarme con estas limícolas tan nórdicas, tan épicas en sus viajes. Hace unos días vi un ejemplar solitario molestado por dos collalbas grises, ya al atardecer, en Chinchilla; así que le di el aviso a Rafa Torralba, quien ya sabía de otra aparición de más carambolos cerca de Albacete en agosto. Nos pusimos en camino, como muy bien explica en su blog, junto a Paco Hidalgo, y acercándonos poco a poco a un bando de 25 individuos, pude comprobar las diferentes libreas que mostraban estos recién llegados. Casi todos entremudando, ahora comprobando las fotos me da la impresión de que incluso había algún juvenil, a pesar de que comentamos en aquel momento que todos eran adultos.
    Fue muy emocionante el descubrir a unos cuatro o cinco carambolos sentados, casi al mediodía, es decir, cuando empiezan a sentarse y cuesta más verlos. Al rato, en aquella llanura blanca, con una manada de vacas bravas rondando cerca (esto impone bastante), conseguimos descubrir a una veintena de ejemplares más, alarmados ante nuestra presencia. En un momento determinado, una liebre ibérica salió disparada de una mata cercana que espantó a la bandada y revolotearon emitiendo su repetitivo silbido.

    Cuando era pequeño, tenía un libro que se llamaba "La vida secreta de los animales en el Gran Norte". Uno de los animales de los que hablaba era el chorlito carambolo. Me llamaba la atención una secuencia de imágenes de un macho (pues es el macho quien incuba) incubando en la tundra. Un hombre se le acercaba y conseguía agacharse y acariciarle el pecho, el ave quieta como una estatua. Estas imágenes causaron profunda huella en mi joven mente, y nunca las olvidé, así que, al estar el otro día observando estos ejemplares magníficos, no pude evitar preguntarme si realmente serían tan confiados. Dejaron que nos acercásemos bastante, pero no una cosa exagerada, aunque valió la pena, ¡vaya que sí!

    Saber de dónde vienen, cuántos kilómetros han tenido que atravesar para llegar allí, sentirlos cerca, nerviosos, notar que se relajan cuando te quedas quieto un rato... son sensaciones bastante agradables. O, perdonad, es que estoy empezando a enamorarme de las limícolas y me pongo romanticón.