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martes, 28 de noviembre de 2017

Resuelto el enigma del aspecto de Deinocheirus mirificus


Artículo publicado en origen en el blog de AlbaCiencia en 2014.



    Ayer (22 de octubre de 2014) se publicaba en la revista Nature un artículo que pone fin a la larga serie de conjeturas y suposiciones científicas sobre el aspecto de Deinocheirus mirificus, un ornitomimosaurio, que habitaba en lo que hoy es la mitad Norte de Asia hace unos 80 millones de años, a finales del Cretácico. Si hace un mes nos sorprendía el nuevo aspecto que Spinosaurus debió de tener según los paleontólogos, preparaos, porque la polémica está servida…

El lagarto de mano terrible
    En 1965, se descubrieron los restos fósiles de un dinosaurio desconocido hasta la fecha. El hallazgo se produjo en el Desierto de Gobi (Mongolia), durante una expedición polaco-mongola palentológica, y se trataba de las extremidades superiores de un dinosaurio ornitomimosaurio. Las especies del infraorden Ornithomimosauria se asemejaban a enormes avestruces, eran terópodos que poseían cuellos largos y cabezas pequeñas y alargadas; patas anteriores dotadas de tres dígitos y posteriores largas y adaptadas a la carrera. Las extremidades encontradas correspondían a un animal de este grupo, pero el tamaño (2,4 m de longitud) revolucionaba el conocimiento que se tenía de este grupo de dinosaurios. Durante casi 50 años, los paleontólogos no han dejado de hacer conjeturas sobre el aspecto que tendría el Deinocheirus (“lagarto de mano terrible”), la especie a la que pertenecen estos enormes brazos. Además, la cantidad de características ornitomimosáuridas pero también similares a las de otros dinosaurios del holotipo (el espécimen que sirvió para describir la especie) hacía muy difícil incluir a Dinocheirus en los árboles filogenéticos y elaborar un mapa evolutivo del grupo.
    El hallazgo de dos nuevos ejemplares, uno en 2009 (MPC-D 100/127) que incluía ya prácticamente todos los huesos excepto las costillas y vértebras centrales, y otro en 2006 (MPC-D 100/128), con solo la mitad del cuerpo, ha resuelto dudas sobre la ecología de este dinosaurio.
Deinocheirus mirificus. a) MPC-D 100/127; b) MPC-D 100/128; c) reconstrucción de MPC-D 100/127 tras haberle añadido los restos de MPC-D 100/128 aumentados de tamaño. La línea representa 1 m. El hombre mide 1.7 m. Fuente: Nature.    
    Los análisis cladísticos revelan que el Deinocheirus difería de los demás ornitomimosaurios en diversas características óseas. No era corredor, ya que sus patas estaban adaptadas a soportar un peso de unas 6 toneladas; el cráneo, cientos de gastrolitos y restos estomacales revelan que se trataba de un megaomnívoro que habitaba a orillas de lagos y zonas empantanadas.

Los fósiles ayudan a descifrar el pasado

    El cráneo es alargado, las piezas de la boca están fusionadas para formar una extensión en forma de espátula o pico de pato y los orificios nasales se encuentran en posición superior. Las marcas en la parte anterior de las mandíbulas demuestran que existía queratinización, es decir, una especie de pico similar al de las aves. Este pico plano tendría una relación ecológica con su alimentación, que se basaría en pastar de forma no selectiva engullendo plantas acuáticas al estilo de los hadrosáuridos o saurópodos o capturando peces.  El ojo era pequeño, lo que sugiere que esta especie era diurna. El cuello se curvaba en forma de S y las vértebras, hacia la mitad del tórax, se alargaban progresivamente en las espinas neurales formando una especie de cresta o joroba baja que incluía ligamentos para sujetar el abdomen y la cadera. Las patas son cortas y gruesas comparadas con las del resto de ornitomimosaurios, pero servían para sostener el cuerpo del animal, y seguramente no fuera muy veloz.
Reconstrucción gráfica de Deinocheirus mirificus
  Se supone que Deinocheirus mirificus habitaba en compañía de otros herbívoros grandes, pero Deinocheirus resolvía la competitividad con otras especies mayores siendo omnívoro. Las enormes garras anteriores servirían para remover el agua o la tierra en busca de alimento. Como vemos, este animal estaba perfectamente adaptado a la vida en zonas húmedas con abundante alimento y vegetación. Según comentan los autores del estudio, el tamaño de Deinocheirus lo protegería de los ataques de los carnívoros como el tarbosaurio.

a) Otra reconstrucción, posiblemente más lógica
que la anterior - con menos plumas, ya que serían una carga inútil
al ser un dinosaurio que utilizaba sus brazos para remover tierra y agua,
suponiendo que no tuviera glándula uropigial como las actuales aves.
b) Árbol filogenético y escala temporal, según los autores del artículo,
que muestra que el grupo de los Deinocheiridae era un grupo hermano de los Ornithomimidae,
ambos descendientes de una especie de ornitomimosáurido ancestral.

    Los ornitomimosaurios, en general, eran dinosaurios altos y delgados que podían escapar rápidamente de los depredadores, al contrario que Deinocheirus. Su longitud era de unos 11 m de largo y tenía un peso estimado de 6.358 kg. Los Deinocheiridae, por suparte, siguieron un camino evolutivo distinto a los demás ornitomimosaurios. No solo difería de las demás especies de su grupo en la talla: la estructura craneal demuestra que su dieta estaba más especializada. Además, el Deinocheirus poseía por lo menos dos características (la fúrcula en forma de U -hueso en forma de horquilla en el pecho de aves y algunos dinosaurios- y el pigóstilo -vértebras caudales finales fusionadas-) que lo hacen un dinosaurio único en todos los aspectos.



viernes, 28 de octubre de 2016

Cuenca mágica


Hoz del Huécar y Cuenca, con el Convento de San Pablo a la izquierda.
    Emprendimos un viaje a nuestra querida provincia vecina, Cuenca, el pasado 21.10.2016. ¡Qué hermosa es! Llegamos a mediodía, bajo amenaza de lluvia, a la bella e histórica ciudad de Cuenca y desde la Calle Larga pudimos observar detenidamente la Hoz del Huécar, desde unos riscos sembrados de cornicabras, sabinas, uvas de pastor y hierbas agostadas. En el cielo, volaban buitres leonados (¡sobre la ciudad!) y colirrojos tizones, mosquiteros comunes y carboneros garrapinos piaban y revoloteaban en las hiedras y los pinos. Las chovas piquirrojas (Pyrrhocorax pyrrhocorax) son aves ruidosas que anidan en los huecos del cañón del Huécar y el Júcar, y no fue difícil verlas persiguiendo a otras aves o chillando por ahí.
Buitre leonado (Gyps fulvus)
    Dentro de Cuenca hay pequeños y grandes secretos, como sus edificios o la flora que se ha adaptado al ambiente urbano de las antiguas callejas, las cuales, en lo que respecta a características ecológicas, se asemejan mucho al hábitat original de esas especies. Muchas de esas plantas son fáciles de ver en otras ciudades del interior peninsular. Por ejemplo, los zapatitos de la Virgen (Sarcocapnos enneaphylla) y las parietarias (Parietaria sp.) abundaban en grietas y huecos de paredes antiguas, como en Chinchilla, pensé.
Zapatitos de la Virgen (Sarcocapnos enneaphylla)
Cuenca es única. Esta es la fachada de la catedral de Santa María y San Julián, que tuvo que ser reconstruida tras la caída de un rayo, a principios del siglo XX.
Un balcón escondido, decorado y florido tras los vetustos tejados.
    Recorrimos sus calles, en busca, cómo no, de las Casas Colgadas (¡no "colgantes"!). Para verlas desde una hermosa perspectiva, fuimos al puente de San Pablo, que cruza el río Huécar y erigido en madera y hierro sobre otro del siglo XVI que se derrumbó... Los altos álamos ya se volvían amarillos con la llegada del otoño y los petirrojos, herrerillos, carboneros y otras aves de la ribera hacían notar su presencia mediante sus cantos y reclamos...
Casas Colgadas asomadas a la Hoz del Huécar.
Convento de San Pablo desde el puente.
    Cuenca es una joya castellana. En las aguas del Huécar, en las aguas del Júcar, nadan los barbos y las truchas y en el fondo, observamos cangrejos señal (Pacifastacus leniusculus). A sus orillas, la garza real (Ardea cinerea) coja, vigila con arqueado cuello entre los juncos a todos los transeúntes.
Garza real (Ardea cinerea)
Mi querido Río Júcar, azul siempre.
Otoño.
    Al día siguiente, bajo una interminable lluvia otoñal, nos acercamos a la Ciudad Encantada, un recorrido en la Serranía de Cuenca (Sistema Ibérico) en el que, entre grandes pinos salgareños (Pinus nigra subsp. salzmannii) y otros árboles de menor porte, pudimos observar las grandes moles de piedra caliza que son creadas por la acción del modelado kárstico.
El Tormo, Ciudad Encantada - Cuenca
Ciudad Encantada, Cuenca
Las bellas hojas del arce (Acer monspessulanum).
Junto al Tormo, revoloteaban herrerillos capuchinos, trepadores azules, mitos, petirrojos y colirrojos tizones.
    Tras una comida reparadora y después de coger un poco de calor, emprendimos nuestra vuelta a la ciudad de Cuenca, no sin antes parar en el Ventano del Diablo.
Ventano del Diablo, cerca de Villalba de la Sierra.
    En Cuenca, visitamos un sitio que siempre he querido visitar desde pequeño: el Museo de las Ciencias de Castilla-La Mancha. Allí pudimos disfrutar y aprender como críos pequeños. Huelga decir que la parte que más me gustó fue la de paleontología y biología, el enorme cartel con los iguanodones de Raúl Martín es mítico.
Museo de las Ciencias de Castilla-La Mancha
    Así acabó nuestro viaje a Cuenca, entre dinosaurios, péndulos gigantes, espejos y colecciones geológicas y entomológicas... Volveré, ¡menos mal que solo está a media hora de Albacete!