sábado, 5 de agosto de 2017

Agallas explosivas, endemismos gallegos y bosques atlánticos en A Franqueira

    He pasado unos días en Galicia, visitando a mi querido y buen amigo Alfonso. Nunca había viajado a esta zona de la Península Ibérica, así que presentía que todo iba a ser nuevo para mí. Si bien muchas de las especies observadas junto a Alfonso eran viejas conocidas mías, hubo un buen número de ellas que jamás había visto. He tenido la suerte de ser guiado por algunos lugares resguardados y poco visitados, donde me he deleitado con el lento movimiento de la enorme babosa Arion, la curiosa forma de huir del escarabajo endémico Carabus galicianus o el chirrido del alcaudón dorsirrojo; en cambio, en otros lugares más frecuentados, también he podido ver las fugaces aletas de los delfines en la ría de Vigo, el ajetreo de las aves marinas en las Islas Cíes, la floración de los brezos en Teixido y muchas otras cosas más, que iré relatando poco a poco en este blog. Más de 3000 km de carretera recorridos en 9 días y más de 1200 fotografías tomadas han dado lugar a estas entradas. Voy a empezar por el primer día, el martes 25 de julio, cuando Alfonso me llevó a su lugar de bicheo favorito: A Franqueira, en la provincia de Pontevedra. Tras mi llegada a Galicia el día anterior y una agradable cena en Valença do Miño (Portugal), fuimos al día siguiente a A Franqueira y en seguida nos internamos en un lugar que en mi mente se relacionaba mucho con la famosa "fraga de Cecebre" de El bosque animado. Era una carballeira entre la cual discurría un sendero que subía y bajaba entre terraplenes cubiertos de líquenes, musgos y helechos. A nuestra mano izquierda, aparecía y desaparecía, entre los fentos, un murete de grandes piedras de granito, cubiertas por verdor silvano. En el suelo, grandes losas redondeadas de antiguos caminos cada vez menos transitados parecían intentar guiar nuestros pasos.
Paxariños (Linaria triornitophora), la primera planta interesante
que vimos, un endemismo del noroeste de Iberia.
Fronde de lonchite (Blechnum spicant).
Dedalera (Digitalis purpurea). Una de las últimas flores de esta especie
que quedaban en la zona.
    A veces el sendero se curvaba imperceptiblemente o nos interrumpía el paso un pequeño regato que había que atravesar saltando de piedra en piedra. De lejos se oían las campanillas de las vacas.
Gran babosa negra (Arion ater) junto a una seta.
Las babosas gallegas son las más grandes que he visto nunca.
Frutos de la hierba de San Juan o sanalotodo (Hypericum androsaemum).
Planta típica de bosques atlánticos umbrosos y húmedos.
    Los robles (Quercus robur) que flanqueaban el senderillo dejaban caer abundantes agallas redondas (gen. Andricus) de un tamaño algo menor que pelotas de golf, pardas y húmedas, y al pisar la hojarasca crujían rompiéndose. Estábamos hablando de cómo se producen las agallas mediante la picadura de un insecto en el tejido de la planta, mientras Alfonso sostenía una entre sus dedos, cuando esta se rompió en mil pedazos, explotando como una pequeña bomba, llenándonos la ropa de pequeños insectos parecidos a hormigas.
Helechos (Dryopteris filix-mas) a contraluz.
Sendero en el bosque atlántico. A Franqueira.
    Poco a poco, el sendero fue dejando atrás los árboles momentáneamente y aparecimos rodeados de fentos en un claro muy soleado, donde volaban insectos de varios tipos. Uno de ellos era una medioluto ibérica (Melanargia lachesis). También revoloteaban por allí lobitos agrestes (Pyronia tithonus), que se posaban en las zarzas a tomar el sol. Una enorme mosca nos sorprendió, era una Volucella.
Medioluto ibérica (Melanargia lachesis).
Lobito agreste (Pyronia tithonus).
    En ese claro del camino, a mano derecha, en la ladera del terraplén, vimos varios helechos, uno de ellos llamó mucho mi atención pues se trataba del helecho real (Osmunda regalis), que solamente había visto una vez, cultivado. Este es uno de los más grandes en Europa. No sería el último de esa especie que vería en este caminar por Galicia... En la hierba, saltaban a nuestro paso los ortópteros, como los Oedipoda, Calliptamus y algún Chorthippus que desconozco todavía.
Chorthippus parallelus, identificado por Jonatan Antúnez.
    Poco a poco, el camino volvió a internarse en la húmeda floresta verde y luminosa y siguieron apareciendo nuevas e interesantes especies para observar, como líquenes Usnea, que denotaban la alta calidad ambiental del lugar.
Líquen Usnea, que crece sobre ramas y cortezas en bosques bien conservados y
de aire puro y con humedad ambiental alta.
Calimorfa (Euplagia quadripunctaria). Sus orugas se alimentan de ortigas y otras plantas.
Lagartija gallega (Podarcis bocagei), la primera que veo.
Peltigera sp. 
Russula virescens,
identificada por Emilio José Salvador, de la Asociación Micológica de La Roda.
    Conforme avanzábamos, el camino, que se había convertido en una suerte de túnel verde entre los árboles y arbustos, comenzó a descender. Llegamos a un pequeño puente que cruzaba un arroyo que se desparramaba entre los guijarros, algunos cubiertos de musgo Polytrichium. En las frías y cristalinas aguas nadaban, donde podían, los zapateros, y bajo algunos guijarros encontramos un escarabajo que nunca había visto, un endemismo gallego, el Carabus galicianus. Este escarabajo único en el mundo vive siempre cerca de aguas corrientes y limpias en bosques bien conservados, se considera un indicador de hábitat poco manipulado por la mano del hombre. Caza por la noche, alimentándose de pequeños animales como gusanos o insectos, y si se ve en peligro, es capaz de meterse en el agua, agarrándose a las piedras con sus pequeñas uñitas. Se distingue bien por sus fémures de color butano.
Carabus galicianus
Carabus galicianus
    Lo cierto es que me enamoré de aquel pequeño rincón umbroso y húmedo, donde el lonchite crecía con gran abundancia. Entre los abedules cubiertos de musgos y líquenes, cantaban los herrerillos. En las grietas escondidas bajo las frondes de los helechos y la hiedra de la ladera se escondían las ranas patilargas y reptaban las larvas de los cárabos. Volvían las grandes babosas negras a hacer acto de aparición junto al agua, dejando tras de sí un pequeño sendero plateado.
Larva de Carabidae.
Rana patilarga (Rana iberica), muy parecida a la bermeja.
El mágico rincón de los Carabus galicianus, entre abedules, salgueiros y robles.
Uno de mis lugares favoritos...
     Este, sin duda, era uno de esos bosques mágicos que salen en los libros de cuentos. Como hadas, volaban entre las hierbas las típulas, en pleno acto amoroso, pero cubiertas de incómodos ácaros parásitos. Las típulas son dípteros frágiles que no pican, pero por su tamaño, muchas veces acaban aplastadas por quien no las conoce, pensando que el picotazo que pueden soltar debe de ser considerable. Lo cierto es que las típulas no pican, y muchas especies ni siquiera pueden comer (otras, se alimentan de néctar) porque sus piezas bucales son inútiles.
Típula "a" (Tipula maxima), cubierta de ácaros parásitos. 
Típulas (Tipula maxima) copulando. 
    Un zumbido agresivo, mientras decidíamos sobre el pequeño puente qué hacer a mediodía, nos hizo mirar a un lado del arroyo. Sobre una oscura piedra, había un ejemplar de avispa asiática (Vespa velutina), la temida especie invasora. Del tamaño de un avispón europeo (Vespa crabro) pero más oscuro, esta especie captura abejas y otros pequeños insectos para llevarlos a su nido y alimentar sus larvas con ellos. Se ha adaptado muy bien en el Noroeste de España, ya que el clima es similar a su lugar de origen, en Asia. Llegó a Europa en un barco de carga en 2004 y se extendió rápidamente. La avispa asiática la vimos prácticamente en todas las excursiones que hicimos. Finalmente decidimos volver a un parquecillo con mesas para comer, recorriendo el mismo camino entre abedules, sauces y carballos y seguimos viendo nuevas cosas... Se nos hizo muy incómoda la vuelta, pues las moscas planas nos intentaban acribillar, pero por suerte, nosotros éramos más rápidos. Por si esto fuera poco, encontré varias garrapatas más pequeñas que la cabeza de un alfiler caminando tranquilamente sobre mis manos.
Daedalea quercina, identificada por Emilio José Salvador,
de la Asociación Micológica de La Roda.
Cistácea sin identificar, tal vez un Halimium, que crecía en medio del sendero.
    En aquel merendero donde paramos, había una pequeña ruta botánica con árboles y arbustos con carteles y sus nombres en gallego y castellano, así como el nombre científico. Había varios pinos de Monterrey (Pinus radiata) plantados que daban sombra. Este pino es una especie muy usada para reforestar en el norte ibérico, aun sin ser autóctona. Aproveché para coger una piña del suelo, con su característica "barriga" lateral. Después de comernos cada uno varios bocadillos, Alfonso me llevó bajando una carretera a pie, para seguir explorando en otra zona boscosa, entre abedules, sauces y arraclanes.
Ninfa de Tettigonidae sobre un brezo (Erica cf cinerea).
Centaurea nigra
Nemobius sylvestris. Hembra.
Conforme caminábamos por la carretera, subiendo la colina, el bosque variaba poco en esta zona.
Todo eran abedules y carballos que crecían altos entre los zarzales y la hiedra.
    En el bosque había caballos semidomésticos que caminaban con parsimonia entre las zarzas y los perros asilvestrados huían de nosotros. Tras observar con detenimiento una vieja tronca de abedul en putrefacción, donde las larvas de coleópteros crecían y se alimentaban, Alfonso me dijo que iba a llevarme a otra zona más expuesta, con pinos "mansos" repoblados (Pinus sylvestris), pinos marítimos (Pinus pinaster), brezales y tojos (Ulex europaeus). Así que deshicimos nuestros pasos y llegamos a otro camino, efectivamente, más abierto.
Toxo (Ulex europaeus)
A Franqueira
    En este lugar, los tábanos y las moscas planas de las vacas parecían mucho más agresivas y lo cierto es que hubo un tramo que se hicieron bastante pesadas y caminar por el sendero se hacía muy incómodo. De repente, Alfonso me advirtió de la presencia de un ave que tenía muchísimas ganas de ver: ¡un alcaudón dorsirrojo (Lanius collurio)! El canto de un macho, que volaba y se posaba en unos plátanos de sombra que la gente del pueblo había plantado entre los fentos, resonaba sobre las cumbres de la zona. Alfonso me llevó a un rincón que consistía en una especie de corral muy amplio de piedras apiladas. Allí me tuve que sentar en la hierba, porque no podía más del cansancio y del calor, y los bichos siguieron apareciendo poco a poco.
Tenía muchas ganas de ver este caracol: Portugala inchoata. Típico de Galicia y Portugal.
Hembra de alcaudón dorsirrojo (Lanius collurio).
    Sentado en la sombra del muro, sobre el que crecían helechos y brezos, vi una garrapata subiéndoseme al brazo, así que con un escalofrío, me levanté y decidimos seguir explorando, ya de vuelta. Alfonso me llevó a un extraño bosquete de xestas (Cytisus scoparius). Eran arbustos enormes y tapaban la luz del sol, que ya bajaba hacia el horizonte. El tímido reclamo de un camachuelo común (Pyrrhula pyrrhula) se oía a lo lejos, junto con los bufidos de más caballos. El cansancio y el calor nos hicieron volver sobre nuestros pasos, pero incluso así pudimos ver más animales, como algunos pájaros cantores:
Tarabilla europea (Saxicola torquatus).
Acentor común (Prunella modularis).
   Poco antes de entrar al coche y rehidratarnos, vimos un mutílido que aún no he conseguido identificar. 
    Fue un día genial. Aun así, no podía imaginar cómo iban a ser los siguientes días en esta máxica terra das meigas e da Santa Compaña, explorando turberas, bosques, islas atlánticas y campos, y viviendo experiencias inolvidables junto a mi buen amigo. Esto solo acababa de empezar...

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*Más información:
-Flora de Galicia, blog.

3 comentarios:

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  3. Sin duda esta entrada galega torna-mei mas rica ;-) Me imagino que es porque a ti te ha pasado lo mismo y la cosa es contagiosa de veras.

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