Volviendo de la Península Itálica, recapacito sobre todo lo que he visto. Recuerdo palacios, columnas, ruinas maravillosas, el Coliseo, el Palatino... Increíble la Civilización Romana. ¡Increíble también que un simple ibero como yo haya ido a la capital del Imperio Romano! ¡Y en avión, nada menos!
Bueno, basta de bromas, jeje...
He visto muchas aves sorprendentes en Italia. Los primeros pájaros que tuve el placer de contemplar eran omnipresentes córvidos, las cornejas cenicientas (Corvus cornix), consideradas hasta hace unos años como subespecie de la corneja negra (Corvus corone). Nunca antes había visto cornejas cenicientas y, a pesar de que no haya de estas aves en nuestra Península, sí hay en las Islas Británicas, donde estuve un tiempo el verano pasado, pero no llegué a ver ninguna. En cambio, en Roma estaban por todos lados.
El día que llegamos a Roma, la ciudad nos recibió con una suave lluvia que me empaparon las gafas completísimamente, lástima no haber llevado lentillas en aquel momento, pero ya se sabe, con eso de los viajes en avión, uno no sabe cuánto tiempo va a estar con lentillas puestas... La llovizna empapaba las antiguas rocas de los muros del Coliseo y sobre ellas, unos córvidos bicolores observaban a los cientos de turistas que se apretujan para ver los restos de un (en su día) gran imperio mediterráneo. Os podéis imaginar mi alegría y entusiasmo al ver esos grupos de cornejas cenicientas. Mis compañeros, obviamente, sólo las veían como simples pájaros de ciudad más. Pero ya sabéis que para mí no son simples pájaros.
Cercanas a las cornejas, las agresivas gaviotas patiamarillas se disputaban trozos de desperdicios (algo que en Roma no falta). También discutían las patiamarillas con las palomas en Roma y en Venecia. En ésta última ciudad, las gaviotas reidoras (Larus ridibundus) conseguían pillar tajada de lo que los turistas dan a las palomas. Y entre graznidos, ladridos, gritos y empujones, las grandes e inmaculadas hienas del mar se solían hacer con su botín. Las oportunistas reidoras comían cualquier trozo que saliese volando del revuelo generado por un simple cacho de pan.
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Posando inevitablemente para mi objetivo en el Palatino, Roma. |
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Joven gaviota veneciana. |
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Gaviota reidora en la Piazza di San Marco, acompañada de las inevitables palomas |
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Dispuestas a matar por conseguir un trozo de pan, las gaviotas esperan a que el turista deje caer una miga en la Piazza di San Marco |
No hemos de olvidar a las grajillas (Corvus monedula) que viven en las altas torres del pueblo de San Gimigniano y que, al atardecer, emprenden el vuelo internándose en los campos de la Toscana, sembrados de olivos y altos cipreses. Estos pequeños córvidos lograban darle un encanto espectral al ya de por sí misterioso pueblo medieval. También se acercaban, curiosos, los gorriones italianos (Passer italiae). Estos gorriones se parecen mucho a los que encontramos en nuestro país, pero podemos distinguirlos fácilmente ya que los italianos tienen toda la parte superior de la cabeza de color castaño, no gris. No sé dónde leí que estaban desapareciendo en Italia, pero yo vi muchísimos y lo cierto es que en el 2008 se autorizó la caza de este pajarito... Donde más vi fue en Florencia, donde se posaban en los ventanales de la Galería de los Ufizzi, sitio que recomiendo a todo el mundo. En las orillas del Arno, en la misma Florencia, pude contemplar un cormorán grande (Phalacrocorax carbo) que se asoleaba junto a una garceta (Egretta garzetta), dos gaviotas reidoras y unos ánades reales que jugueteaban en la orilla. El cormorán es un ave que me encanta (vaya novedad). La primera vez que vi uno fue en Londres, mientras iba cruzando el puente de Westminster hacia el Parlamento Británico. Un ave negra se acercó volando y aterrizó en las turbias aguas del Támesis. Yo estaba amazed, como se suele decir, y aunque no me dio tiempo a parar (ya se sabe, si uno se separa del grupo, se pierde), pude decir que había visto un cormorán grande aterrizar. Pero esta vez fue más tranquilo. El cormorán estaba quieto y pude tomarle la foto.
Muy a pesar de mis amigas, me dediqué en Siena a alimentar a las palomas toscanas. Me senté y se peleaban unas con otras, empujándose, para acceder a los pedazos de pizza (que, por cierto, no estaba tan buena como esperaba) que les estuve lanzando. Hubo varias palomas que llegaron a subírseme a las piernas, muy graciosas ellas, ante el horror de mis amigas que no hacían más que intentar hacer que cambiase de comportamiento diciendo cosas como "¡Las palomas transmiten enfermedades! ¡Son ratas con alas!" y otras expresiones. Pero siempre he hecho lo que me ha dado la gana cuando se trata de estar con los animales, ya sean ratas con alas o gaviotas asesinas, así que siguieron las transmisoras de enfermedades subiéndose a mis rodillas y todavía no me he muerto. Me pregunto cuándo me saldrán plumas y saldré volando, así será más fácil volver a Italia, digo yo.
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¿Es un sueño? No... es Florencia. |