El lejano pino nos observaba desde el otro lado de la carretera. |
Una leve brisa llegaba del horizonte, junto con una lejana águila culebrera que planeaba en lo alto, observando la dehesa con ese aire de elegancia propio de las águilas. Se posó en una de las encina más altas y pudimos observarla con los prismáticos, pero se debió sentir observada desde la lontananza, y no llevábamos ni treinta segundos mirándola cuando emprendió nuevamente el vuelo.
La casualidad quiso hacernos creer que en aquella dehesa, un búho chico se apretaba contra un tronco. Y así fue. Pocas veces ocurren cosas que siempre has deseado, has ansiado conocer bellas personas y lo has conseguido, y cuando ha ocurrido, ha sido como revivir todos tus pensamientos, pero en la realidad, y desde entonces, esos sueños están al alcance de tu mano, sólo tienes que estirar la mano y whatsappearles; has ansiado ver ese animal que se te resiste, que desaparece en el bosque con un aleteo, con un crujido de la hojarasca, con un leve chapoteo en el agua o sólo llegas a verlo muerto, atropellado, sin vida, una caja vieja que no sirve para nada ni vale nada. Miramos por mirar y el que busca encuentra.
De repente, en una oscura encina de aspecto globoso, hubo un aleteo y una sombra blanqueada por la leve luz solar salió como un fantasma, volando en silencio hacia otra encina. Allí estaba el animal, el gran búho chico había aparecido como de la nada y fue gracias al azar el que nosotros estuviéramos allí buscando exactamente esa especie. ¿Azar? ¿Destino? ¿Quién puede saberlo? ¿Quién puede explicar lo que nos trajo a aquella dehesa de Albacete para buscar lo que vimos?
Este búho no se comportaba de la misma manera que el búho del que hablé en una entrada del verano pasado. Este era más vergonzoso, huía de nosotros, pero teníamos que verlo. De encina en encina, lo acosamos, aunque suene mal decirlo. Llegamos a una encina al límite de la dehesa dorada y huyó de nuevo, esta vez muy cerca de nosotros, a un metro del suelo, un especialista en el vuelo insonorizado. La rapaz nocturna se posó finalmente en una encina demasiado lejana para llegar a ella, y ya era tarde. Estábamos cansados de correr detrás de la estrígida, pero había valido la pena. Su cara plana, de ambarinos ojos, relució con aquella luz que, estoy seguro, muchos habéis visto en la estepa ibérica. Las largas alas claras le daban el aspecto de una criatura algo fantasmagórica pero a la vez increíblemente hermosa. He de decirlo: fue inolvidable. Conseguimos ver el búho, ese animal tan deseado, y desde entonces la maldición se rompió.
En una pancarta de la manifestación de hoy, he leído lo siguiente: Si sueñas solo, sólo es un sueño... pero cuando sueñas con otros, es el comienzo de una nueva realidad. Si quieres conseguir algo, rodéate de la gente con la que cualquier cosa es posible y verás que la vida puede ser más fácil de lo que piensas.
Esta entrada que acabáis de leer, si habéis tenido las buenas ganas de tragárosla, es muy importante para mí. Tal vez sea la más importante que hay en este blog. Va dedicada a aquellas personas que aparecieron de repente para no irse (o bueno, para solamente irse un mes a un lejano lugar tropical). Gracias.